miércoles, 24 de enero de 2018

El teorema de los cuatro colores


Capítulo I (continuación)
Del libro: Hacia la creatividad cuántica
Autora: Lilia Morales y Mori

El teorema de los cuatro colores

Si mis cálculos matemáticos estaban en lo cierto terminaría el encaje de la mantilla española para mayo, justo el día de las madres. En segundo año de secundaria era obligatorio en el colegio, cursar un taller de labores en tela. Yo había seleccionado al principio del año escolar, un hermoso diseño de un pañuelo bordado en encaje de guipur y deshilado sobre tela de lino. La madre María era la maestra del taller y me había advertido que esa era una labor muy difícil de realizar. No obstante, acepté el reto. Para finales de enero había terminado el bordado de la tela y había iniciado el encaje del borde del pañuelo.

Una tarde, en que la madre María veía con satisfacción mi trabajo, me mostró una bella labor en tul de seda. Era una mantilla española. Como estaba a unas semanas de terminar el pañuelo, la madre me autorizó para iniciar un nuevo bordado. Yo misma hice el diseño compuesto de pequeños racimos de flores, que bordaría sobre tul de seda negro. Seleccioné un hilo plateado también de seda e inicié inmediatamente el bordado. Faltaba un mes y medio para el diez de mayo y yo aún no terminaba ni el pañuelo ni la mantilla. Había hecho cálculos de tiempo y justo, trabajando una hora y cuarenta y cinco minutos al día, concluiría ambos trabajos para la fecha de entrega.

Escuchaba música de Charlie Parker, mientras bordaba con cierta serenidad la mantilla. Pero algo me distraía poderosamente, era un libro que recién había adquirido sobre matemáticas, en particular el capítulo sobre grafos, de topología. Vi el reloj, habían pasado 105 minutos, guardé con gran nerviosismo el bordado y me dispuse a releer el tema del libro que tanto me inquietaba. Tiempo atrás ya había descubierto los puentes de Königsberg, pero en este libro se exponía de forma más amplia y amena dicho tema, pero sobre todo, se destacaba con más amplitud “El teorema de los cuatro colores”.

Francis Guthrie (1831-1899) enunció el teorema que decía: Se necesitan al menos cuatro colores para colorear un mapa sin que ninguna región tenga una frontera común del mismo color. Dicho teorema quedó sin resolver por más de un siglo, hasta que finalmente fue demostrado con la ayuda de una computadora en 1976, donde se comprobó que tres colores eran insuficientes y cinco resultaban excesivos. El problema podría parecer un tanto trivial pero a mí me interesó lo suficiente, como para dedicarle más tiempo que el que había convenido para mis obligaciones con el taller de bordado.

Fue tan obsesivo de mi parte este teorema que me alejó por completo de mis obligaciones, al grado de no dedicarle el tiempo necesario a ninguna de las dos costuras. Naturalmente tenía que comprobarlo por mí misma, de tal modo tracé un cuadro con divisiones irregulares, pero añadí una limitante en el modelo enmarcándolo de color rojo (figura 23). Realicé más de veinte copias con papel carbón y le pedí a Julia que iluminara algunas de ellas, yo por mi parte, iluminé todas las restantes.


Figura 23. Mapa enmarcado para ilustrar el teorema de los cuatro colores

Cuando Julia terminó de colorear el dibujo que le había entregado, me dijo: ¡No se puede! ¿Por qué no se puede? Le pregunté. Porque para el espacio 16 necesito otro color (figura 24). Este no puede ser azul, ni verde, ni amarillo, ni rojo, dijo con desaliento.


Figura 24. Mapa no resuelto de los cuatro colores

Tienes razón, pero creo que no has aprovechado bien tus colores. Le di otra copia y le pedí que la iluminara cuidando de usar más espacios rojos en el centro. Después de algunos intentos que fueron a parar a la basura logró iluminar correctamente el cuadro (figura 25)


Figura 25. Mapa resuelto de los cuatro colores

Habían pasado algunas semanas y yo me encontraba totalmente absorta en la tarea de iluminar cientos de “mapas” de todos tipos y formas que yo me inventaba. Después de esa experiencia agotadora, descubrí varias cosas: en primer lugar, que el teorema tenía que ser cierto, pero yo carecía de elementos matemáticos suficientes para establecer un argumento válido para esa afirmación. Y en segundo lugar descubrí que había olvidado por completo mis dos costuras. Ese mes fue terrible, mi mamá había recibido tres citatorios del colegio, el primero fue por afirmar en la clase de Doctrina Cristiana que el “hombre había descubierto el fuego”. El segundo por afirmar en la misma clase que: “los hombres habían inventado la rueda” y el tercero por incumplimiento en el taller de costura.

El diez de mayo sufrí una penosa humillación. En el salón de exposiciones donde todas las costuras de mis compañeras se exhibían envueltas en papel celofán adornadas con un hermoso moño de color rojo y una tarjeta dedicada a la madre, mis dos costuras permanecían sobre una mesa, inacabadas, en una irónica composición que la madre María había ingeniado, con todos los implementos de la labor: telas, hilos, agujas, tijeras, dedales, ganchos, aros y por supuesto mis diseños en papel. Mi mamá estaba bastante molesta. Durante el trayecto a casa, sujetando fuertemente con las dos manos el volante, y sin apartar la vista del frente, me dijo: eres una irresponsable ¿de qué te sirve ser perfeccionista si no terminas nada de lo que empiezas? Por supuesto continuó diciéndome toda una letanía de cosas, incluso en la actualidad, sus palabras en muchas ocasiones llegan a mi memoria como un doloroso recuerdo. En efecto nunca terminé mis estudios universitarios de arquitectura ni de biología, no obstante después de haber hecho una brillante tesis en investigación biomédica y haber obtenido en ambas carreras excelentes notas.

Por fortuna olvido con facilidad las cosas que me hieren y como siempre he encontrado en las cosas sencillas una gran felicidad, de tal modo, pasados unos días, me aboqué nuevamente al teorema de los cuatro colores. Era imposible, me encontraba sin argumentos matemáticos para validad con papel y lápiz el teorema, así que me centré en otra parte del problema. Aunque mis conocimientos sobre álgebra eran aún muy elementales, me dispuse encontrar una fórmula que me permitiera establecer, que cantidad de los cuatro colores se necesitaban para garantizar el correcto coloreado de un mapa.

Mi primer planteamiento fue el siguiente: E es igual a la cantidad de espacios por colorear del mapa. A es el color amarillo. B es el color verde. C es el color azul y D es el color rojo. De tal modo:

E = A + B + C + D

Suponiendo que tenemos un mapa E de 44 espacios incluyendo el color rojo del marco, dividí 44 entre 3, el resultado es 14.66 nos olvidamos de las fracciones y establecemos que necesitamos 14 espacios amarillos y 14 espacios verdes. De tal modo ahora sabíamos que:

A = E/3  y  B = E/3

Si sumamos el valor de A y de B obtenemos un total de 28 espacios. Ahora tenemos que restarle a la cantidad total de espacios de E, los 14 de A y los 14 de B. 44-28 es igual a 16. Es decir: nos faltan 16 espacios para colorear.

C = E - (A + B) / 1.7

Los 16 espacios restantes los dividí entre 1.7 esto es = 9 (nos olvidamos de la fracción) de tal modo tenemos que 9 sería el valor para C, y el valor para D sería el resto que es igual a 7.

D = E - (A + B + C)

Ahora solo restaba comprobar la fórmula. Le pedí a Julia, mi incansable nana, enfermera, cómplice, amiga, auxiliar y colega en aventuras matemáticas que iluminara un mapa. Le dije: lo puedes iluminar como tú quieras, pero hay una condición necesaria, tienes que tener solamente 14 espacios amarillos, 14 espacios verdes, 9 espacios azules y 7 espacios rojos incluyendo el marco. ¿Y si no me queda? Me dijo. ¡Inténtalo! Le contesté y me fui a leer el siguiente capítulo del libro.

Al día siguiente que era sábado por la tarde, cuando yo estaba durmiendo una siesta, sentí que alguien me tocaba suavemente el hombro y me decía: niña… niña… ¿estás dormida? Estaba, le contesté, hasta que me despertaste. Abrí un ojo y vi a Julia agitando el mapa frente a mi cara. ¡Lo logré…lo logré! Me incorporé de inmediato, tomé la hoja que observé detenidamente con una gran sonrisa en mi rostro (figura 26)


Figura 26. Mapa coloreado con la fórmula limitante del marco

Estaba en lo cierto, la fórmula servía para cualquier mapa por más difícil que éste fuera. Aunque en mapas muy pequeños, menores de 10 espacios y con figuras complejas, el valor de D (color rojo) puede intercambiarse por el valor de C (color azul) esto es debido a la limitante roja del marco.

Tal vez el lector esté preguntándose el porqué de los parámetros de la fórmula. En realidad fue muy sencillo, después de iluminar cientos de mapas, observé que casi siempre dos colores resultaban en igual cantidad, los dos colores restantes guardaban una diferencia proporcional muy similar en todos ellos. No fue nada difícil encontrar que dividiendo entre 3 el total de los espacios encontraría el valor de A y B, la división del resto de los espacios lo hice por “tanteo”, dividí primero entre 1.5, después 1.6 y finalmente descubrí que 1.7 era el divisor correcto. La observación metódica de un fenómeno en sí, nos permite a priori suponer su comportamiento, las matemáticas nos ayudan a definirlo y… visualmente, la distribución de los colores en esta proporción numérica, muestra un agradable equilibrio.    

(Continuará) 

Nota: El índice de los capítulos de "Hacia la creatividad cuántica" se encuentra en el cintillo izquierdo del blog.  








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