lunes, 23 de octubre de 2017

Mi primer poema



Capítulo I
Del libro Hacia la creatividad cuántica
Autora: Lilia Morales y Mori 

Verano de 1958
Cuando éramos pequeños, mis padres solían llevarnos al Centro Asturiano Español. Las mamás se reunían en un salón cerca del grupo de niños que se entretenían con juegos propios de aquella época, y los papás se concentraban en otro salón donde tenían servicio de bebidas. Yo había estado jugando con algunos niños al juego de las sillas. Para quienes no lo recuerden, les diré que se colocan tantas sillas como niños menos uno. Si éramos diez niños, se colocaban nueve sillas. Las sillas se disponían en una fila pero se alternaban de modo que quedaran encontrados el asiento y el respaldo. Al ritmo de la música dábamos vueltas alrededor de las sillas y cuando la música se detenía, todos tratábamos de sentarnos, el que no lograba sentarse, se salía del juego. Sólo quedábamos otro niño y yo, y cuando paró la música, a punto de sentarme, agarré la silla con tal fuerza, que el niño en su intento por arrellanarse se cayó al suelo. Y ¡claro! me descalificaron a mí. Después del incidente, las mamás organizaron otro juego que me pareció muy aburrido y me fui al salón donde estaban los señores.

En una de las mesas estaba mi papá con otras personas que observaban con atención a un hombre mayor bastante circunspecto. A mí me llamó la atención el señor porque sus ojos parecían ver en direcciones opuestas. Un mesero había traído bebidas y botana y yo aproveché la situación, para quedarme muy bien portada junto a mi papá. Algunos de los señores hablaban al mismo tiempo hasta que se hizo el silencio. El hombre de extravagantes ojos, quién tenía unos papeles entre sus manos, de inmediato comenzó a leer con tal tono de voz, que sentí que algo a nuestro alrededor comenzaba a vibrar. Su voz aunque grave era muy melodiosa, y sus palabras estaban llenas de una musicalidad que embriagaba a tal grado, que sentí deseos de llorar.


Después me dijo mi papá que ese señor era el gran poeta español Pedro Garfias y que el poema que había leído se llamaba: 

Cuando me tiro de noche.

Cuando me tiro de noche
en el ataúd del lecho
que es menos duro que el otro
porque ya sabe mis huesos,
me pongo a mirar arriba
los astros de mis recuerdos.

Aquél que se abrió de pronto
cuando todo era misterio.
El otro que se apagó
antes de sentirse abierto.

A veces grito iracundo:
aquí me falta un lucero,
aquí me sobra una estrella.
¿Quién hizo este firmamento?

Una voz piadosa dice
que no es cielo si no techo.
—Por mi vida, grito yo,
dejadme saber mi sueño.
Donde yo pongo los ojos
todo es cielo—.


Ese glorioso día descubrí la poesía.

Días después intenté escribir algo que pudiera ser tan sonoro y emotivo como el poema de Pedro Garfias -a esa edad, todo parece factible- pero lo único que lograba era garabatear palabras sin sentido sobre una hoja en blanco. No podía concentrarme porque a lo lejos se escuchaba música de un radio que alguien tenía a todo volumen. Así que me metí a mi refugio favorito: el closet. Era un cuarto bastante amplio como para sentarme sobre unos almohadones, con las piernas bien estiradas. Había resuelto el problema del ruido, sin embargo, la ropa frente a mí que colgaba de los ganchos, alejaba mis pensamientos de los versos que aún recordaba con vívida intensidad.

Me levanté y desplacé hacia ambos lados los vestidos, dejando sólo a la vista, detrás de mí, la blanca pared. Nuevamente me senté entre los almohadones y en el momento en que me disponía a escribir algo, se fue la luz. Cerré los ojos con fastidio y cuando los abrí, algo espectacular, colorido y animado se movía en un fragmento iluminado de la pared. Entre aterrada y sorprendida, trataba de entender lo que mis ojos veían. Después de un rato, no daba crédito, incluso traté de ponerme de cabeza porque la imagen que reconocí estaba al revés. Era una visión exacta de la ventana de la recámara, con todos los detalles que siempre solía ver a lo lejos tras el cristal, era el nítido paisaje de un árbol frondoso moviéndose por el viento.

Sin apartar la vista de la pared, me di cuenta qué una figura se movía en esa especie de insólito cinematógrafo. Era Manuela al revés, la muchacha del aseo que había entrado a la recamara. Estuve a punto de reírme cuando se abrió la puerta del closet. ¿Qué haces aquí, y por qué tienes tanto desorden? No terminaba de hacerme preguntas cuando le dije, ve la pared. ¿Qué vea qué? La pared. Pero en la pared ya no había nada, seguía siendo tan blanca como siempre.

Esa reveladora imagen fue el impulso creativo que me permitió descubrir la solitaria compañía del quehacer literario que me ha acompañado toda mi vida.

A la edad de doce años escribí mi primer poema:  

UN MUNDO AL REVÉS

El viento mueve las hojas
de un frondoso árbol
y a lo lejos
las casas están al revés
todo
absolutamente todo
está al revés.

La ilusión de mi cinematógrafo me duró algún tiempo, hasta qué en la secundaria, estudiando la materia de física en el capítulo de óptica, dilucidé que mi refugio favorito era una cámara oscura, o un gigantesco ojo donde la luz del sol al entrar por la ventana, actuaba como el cuerpo luminoso y la cerradura de la puerta, era el orificio por donde los rayos de luz penetraban oblicuos, invirtiendo la imagen que era proyectada en la blanca pared. La imagen estenopeica, que descubrí accidentalmente aquel día, me obligó a profundizar en el tema. En aquel entonces la información del conocimiento se encontraba encerrada en las bibliotecas que guardaban celosamente la erudición de la humanidad. Para mi fortuna, yo tenía al alcance cualquier libro especializado de la editorial, siempre y cuando, decía mi papá, -lo trates con sumo cuidado- Aprendí pronto a usar los tarjeteros temáticos por índices de materias y autores. Aunque la búsqueda podría parecer una labor titánica, ya que en aquel tiempo no existían los ficheros electrónicos, me resultaba enriquecedor porque durante el sondeo de algún tema, descubría otros que me parecían interesantes y que anotaba en una hoja de papel.

La referencia más remota que encontré en aquel tiempo pertenece a un filósofo chino Mo Ti (siglo V antes de Cristo), quién describe en alguno de sus escritos el fenómeno de la imagen invertida, que se forma al pasar la luz por un pequeño agujero en una habitación oscura. Aristóteles (384-322 AC) concibió el principio de la cámara oscura al observar un eclipse parcial de sol proyectado en el piso, a través de las hojas de los árboles qué al moverse con el viento, formaban pequeños agujeros por los que pasaba la luz y proyectaban la imagen del eclipse. Más tarde trató de reproducir el fenómeno haciendo agujeros recortados de diferentes modos y descubrió que sin importar la forma del agujero, se proyectaba siempre la forma circular del sol. Saber esta información fue un verdadero dolor de cabeza para mí, ya que me había cuestionado porqué si el ojo de la cerradura de la puerta era de la forma típica de una “cola de pato”, la imagen que se proyectaba en la pared del closet tenía forma rectangular. Y bueno, mi idea concluyente fue que lo que se proyectaba, era la forma del elemento que se inundaba de la luz solar, qué en mi caso, era la forma de la ventana. No siempre encontré respuestas satisfactorias a mis interrogantes, pero al menos alguna conjetura de mi parte era suficiente, para dejar en el olvido por algún tiempo, el tema en cuestión.

(Continuará)

Nota: El índice de los capítulos de "Hacia la creatividad cuántica" se encuentra en el cintillo izquierdo del blog. 


domingo, 22 de octubre de 2017

domingo, 15 de octubre de 2017

Mi inevitable arraigo en la dimensión creativa


Capítulo I (continuación)
Del libro: Hacia la creatividad cuántica
Autora: Lilia Morales y Mori

Hace tiempo había dejado de cargar la caja de ajedrez con sus sonoras piezas de dos colores, y en el camino de mi niñez a los doce años, previo a mi adolescencia, había desarmado varios radios de bulbos, algunas planchas equipadas con una rudimentaria resistencia, mi tocadiscos portátil de 78, 45 y 33 revoluciones, donde escuchaba una y otra vez las hermosas canciones de Edith Piaf. Por supuesto no se escaparon a mi curiosidad las licuadoras, los enchufes y cables eléctricos, las lámparas, las series de foquitos de navidad, los relojes de cuerda y sobre todo los juguetes mecánicos, que terminaban siempre arruinándome las manos, cuando intentaba colocar de nuevo el metálico muelle espiral, dentro de la sencilla maquinaria de cuerda con sus maravillosos engranes.

Mi mente trabajaba de forma vertiginosa pensando en la posibilidad de poder inventar algo, pero en aquella época paralizada en una zona de confort, donde se suponía que todas las cosas del mundo ya se habían inventado, no tenía muchas esperanzas de que alguna brillante idea pasara por mi cabeza. Así que en calidad “de mientras” me di a la tarea de leer, escribir y pintar.

Los primeros libros que leí los encontré también en el librero de mi casa. Lo recuerdo muy bien, la trilogía del escritor francés Jean Paul Sartre, Los caminos de la libertad de la que sólo leí: La edad de la razón. Pero fue en realidad, un bellísimo libro que destacaba por su tamaño en el librero, el que me cautivó enormemente. Una magnífica biografía ilustrada de Leonardo Da Vinci 


Figura 4. Leonardo Da Vinci

Después de hojear con especial fascinación el libro, me di a la tarea de copiar el rostro enigmático del genial artista, filósofo, escritor, científico y otros tantos conocimientos en sus haberes, que merecidamente le otorgaron el auténtico título de polímata. Sobre papel Fabriano y con un lápiz color sepia, tracé el misterioso semblante del hombre que sería un parteaguas en mi vida a partir de ese momento.

Prácticamente copié todas las ilustraciones del libro. En la noche soñaba con algunas de las imágenes y me perdía en un mundo de fantasía, cuando cobraban vida los engranes y se activaba el mecanismo de poleas que giraban hasta la eternidad. Las alas de los aviones eran como libélulas de papel que parecían estrellarse en los molinos de viento, y justo, en el instante previo al impacto, una bailarina sujetaba con una cuerda a un insecto mecánico, lo apretujaba entre sus manos y lo doblaba una y otra vez, hasta convertirlo en un pequeño pedacito, que introducía en su boca y al instante comenzaba a bailar, al ritmo de la melodía “Canción de cuna” de Johannes Brahms.

Durante algún tiempo me inquietó el significado de los símbolos y los misteriosos textos de Da Vinci, pero esto no tenía tanta importancia frente a las hermosas composiciones de los gráficos, me era más que suficiente admirarlos por su belleza descriptiva y su enigmático contenido. Cuando no hubo más material que copiar, inicié mis propios bocetos. Predominaban los extraños aparatos que no servían para nada, pero igual estaban llenos de minuciosas indicaciones, acompañadas de muchos números y símbolos incomprensibles que había visto en los dibujos de Leonardo Da Vinci.

Unas semanas después iniciaron mis vacaciones escolares. Como mi papá era librero, por esas fechas solía llevarme a la editorial. Presentía, como siempre me ha ocurrido cuando voy a tener un evento favorable, que ese día me estaba esperando una gran sorpresa. Recuerdo que siempre antes de entrar en la librería, me quedaba en la calle observando con cierta curiosidad cada uno de los dos enormes escaparates. No tardé en descubrir el libro que me estaba esperando. Era un compendio de la Historia de las Matemáticas editado en dos tomos bellamente encuadernados, en color vino oscuro. Minutos después me encontraba sentada en la enorme sala de juntas, rodeada de una pequeña pero importante colección de pinturas y un suave aroma embriagador, que seguramente emitían los muebles de caoba lustrados con sumo esmero.

Durante más de un mes tuve oportunidad de hojear los libros y tomar apuntes, y por supuesto copiar a lápiz una gran cantidad de ilustraciones muy esquemáticas. En pocos días mi carpeta de “Apuntes Importantes” como la había titulado, estaba llena de nombres de ilustres matemáticos que habrían de acompañarme durante muchos años de mi vida. Así aprendí a admirar a Pitágoras, Platón, Euclides etc. A esa edad en que las niñas casi adolescentes jugaban a las muñecas, yo devoraba los libros que me transportaban al mundo de las ideas de la antigüedad, inundados de reflexiones rigurosas, como los conceptos de Herodoto que asumía que el conocimiento de las matemáticas “era la suma y la síntesis de las Enseñanzas Secretas sobre el Hombre y la Naturaleza”.

En esa época también conocí los números racionales al contemplar un dibujo del “Ojo de Horus” (figura 5) Un poderoso amuleto mágico del antiguo Egipto, representado como símbolo solar que encarnaba el orden, lo imperturbable y el estado perfecto. Observé durante horas los rasgos donde estaban acotadas las respectivas fracciones, y como ciertamente no entendía ninguna de esas imágenes ni palabras, más volaba mi imaginación que se iba desbocando en dibujos extraños que para mí, eran lo suficientemente comprensibles.


Figura 5. Los números racionales en el Ojo de Horus

Los números figurados pitagóricos (figura 6) me inquietaron durante mucho tiempo en mi niñez y mi adolescencia. El suficiente para suponer que todas las cosas podían ser representadas por números.


Figura 6. Números figurados pitagóricos

Pasó cierto tiempo para que pudiera asimilar la visión fundamental de Pitágoras, que asumía el universo como un cosmos, como un todo ordenado armoniosamente, cuando razonaba que el destino del hombre consistía en considerarse a sí mismo, como una pieza de este cosmos donde debía descubrir su propio lugar, manteniendo la debida armonía, deacuerdo al orden natural de las cosas.

Y como todo era número, según lo había entendido en aquel tiempo, me di a la tarea de discurrir una figura que me permitiera en primer lugar, hacer la secuencia numérica del 1 al infinito. Y digo al infinito, porque esa era una palabra nueva para mí, y además tenía un símbolo muy bonito que yo solía poner en la mayoría de mis dibujos. Aunque no entendía mucho su significado, supuse que el infinito sería siempre cualquier número X+1. Al menos me funcionaba muy bien cuando jugaba con mi mejor amigo imaginario, al juego de quién decía -el número más grande- yo siempre decía: el número que tú digas más uno. Lo cierto es que en ese tiempo yo estaba muy lejos de imaginar que existían números inconcebiblemente grandes como el número Pi, que no tardó en aparecer en la incansable curiosidad de mi infantil existencia.

En la búsqueda de una figura que representara una secuencia numérica, lo primero que hice fue trazar círculos concéntricos, después de esto pensé, que me llegaría de inmediato una idea con la imagen de la secuencia de los números, pero no ocurrió así de fácil. Los círculos concéntricos no tenían puntos de referencia, esquinas o vértices, como los cuadrados o los triángulos. Entonces yo me preguntaba, tumbada en el piso donde tenía una caja de colores y mi inseparable libreta: ¿En dónde pondré marcas para que pueda dar forma a la serie de los números naturales? Lo primero que se me ocurrió fue poner una marca en cualquier lugar de cada círculo, pero esto no resolvía el problema, así que me valí de un artificio bastante sencillo, pero en realidad muy eficaz. Tracé una recta uniendo todos los círculos y en cada intersección puse un pequeño punto, (figura 7A)


Figura 7 (A,B,C). Secuencia numérica

El arreglo de la figura 7A, no me convenció del todo porque sentí que carecía de continuidad, sentí como que se estancaba y eso no era lo que yo estaba buscando. Pasaron algunos días, era domingo y en casa habían preparado por primera vez caracoles horneados en salsa con mantequilla. Platillo que hasta la fecha me encanta. Cuando terminamos de comer recogí de los platos las conchas de los caracoles, los lavé muy bien y los guardé en una caja. Más tarde volví a mi dibujo de círculos concéntricos. Observaba detenidamente la perfecta concha de un caracol, cuando se me ocurrió hacer el dibujo B, tal cual se ve en la figura 7. Me puse muy contenta porque pensé que había avanzado algo, no mucho, pero al menos me quedaba muy claro que con este nuevo trazo, se justificaba el crecimiento de los números naturales hasta el infinito.

Como siempre he sido “colorista”, es decir, me encanta llenar de color algunos espacios de mis dibujos, iluminé algunos segmentos del dibujo B, después de iluminarlo, descubrí que de esta manera el dibujo de la figura 7C se parecía más a la concha de un caracol. Se había hecho tarde, así que guardé la caja de los caracoles, los colores y mi libreta en un rincón del closet como siempre solía hacerlo, y me dispuse tranquilamente a dormir.

No puedo decir que esa noche tuve el mejor sueño de mi vida, pero si uno de los mejores. Soñé que me encontraba sentada en el centro del caracol que había dibujado. Estaba jugando a la matatena (jacks) y ya próxima a tomar las diez piezas metálicas de un solo golpe, perdí el control de la pelota que se fue rodando por las escaleras hasta llegar a una puerta donde se encontraba un simpático arlequín sosteniendo un cartel con el número 1. Me sorprendió mucho la presencia de un postigo en ese lugar, porque en mi dibujo yo no había cerrado el acceso en ninguno de los diferentes niveles del caracol.

Me disponía a tomar la manija y abrir la puerta, cuando se me adelantó el personaje de rombos y nariz respingona, quien de un solo brinco bajó al siguiente postigo del caracol. Descendí con cierta curiosidad y cuando vi la siguiente puerta, estaba frente a ella el mismo personaje sosteniendo entre sus manos enguantadas el número 2. Ambos continuamos bajando y abriendo puertas hasta que me cansé de bajar tantas veces, en cambio el singular polichinela (eso me pareció, porque cada vez estaba más jorobado y barrigudo) me retaba a seguirle, mostrándome infinidad de números. Aturdida y cansada, me detuve un instante cuando escuché un sonido apagado como un: tan… tan… tan, me di vuelta y vi la pelota que venía bajando por las escaleras. La atrapé en un abrir y cerrar de ojos, justo en el momento en que me desperté.

Pasaron algunos días cuando volví a retomar los dibujos del caracol, me sentía satisfecha con la figura que había trazado para la secuencia de los números naturales, porque estaba convencida de que nada podía evitar que creciera así hasta el infinito, pero no tardó en surgirme un nuevo dilema. Me había prometido hacer un diseño para los números figurados, y sin lugar a duda, partiría del círculo, porque en ese tiempo, las figuras regulares que mejor conocía eran el cuadrado, el triángulo y el círculo. Así que sin demora me di ese mismo día a la tarea. Los números figurados circulares (figura 8) me parecieron interesantes porque tenían simetría radial. De eso estaba segura, presentaban un punto en el centro y se iban desplazando hacia afuera mediante circunferencias concéntricas, en las que se incluía siempre, la figura del número anterior. El problema era que en aquel tiempo -y confieso que también ahora- me costaba trabajo calcular la distancia entre las circunferencias, de modo qué al representar el siguiente número, se incluyeran cómodamente los nuevos caracteres. En tal caso, supuse que la misma “naturaleza” se encargaría de solucionar ese pequeño problema.


Figura 8. Números figurados circulares

(Continuará) 

Nota: El índice de los capítulos de "Hacia la creatividad cuántica" se encuentra en el cintillo izquierdo del blog. 








viernes, 13 de octubre de 2017

sábado, 7 de octubre de 2017

Importancia y significado de los símbolos


Capítulo I (continuación)
Del libro Hacia la creatividad cuántica
Autora: Lilia Morales y Mori

Un sábado de un verano caluroso, mi papá nos llevó a mi hermano y a mí a un tranquilo pueblo de Nuevo León. Cadereyta era un lugar apacible donde la sombra de los árboles con su verde fronda, inundaba el ambiente de una agradable y fresca brisa. Estacionó el coche frente a una logia masónica. La fachada de la pequeña construcción era blanca con una barda que separaba el breve espacio de un jardín con la entrada. Sacó de la cajuela algunos libros y a punto de tocar el timbre, salió un hombre ya mayor a nuestro encuentro. Después de los saludos de rigor, el señor ayudó a mi papá con algunos paquetes, entramos de inmediato al edificio.

El interior me pareció muy amplio y muy iluminado, aunque no recuerdo exactamente de donde venía la luz que se esparcía por todo el recinto. Yo tenía ocho años y Alex nueve, él era un niño bien portado, yo en cambio era desesperadamente traviesa. En el vestíbulo había un par de sillas, mi papá nos pidió que nos quedáramos sentados haciendo la tarea. No tardaría, ya que solamente iba a entregar los libros al señor. Ambos se encaminaron a un pequeño salón y después de cerrar la puerta de la estancia sentí una sensación tan poderosa como un imán, que me invitaba a adentrarme en el extraño espacio en el que nos encontrábamos.

Ese día traía puesto un vestidito amarillo de organdí, con una cinta de terciopelo negro en la cintura que se abrochaba con un ramo de florecillas blancas, la falda del vestido tenía un gran vuelo como el de las bailarinas que pintaba Edgar Degas. En mi casa teníamos algunos libros de pintores famosos y ese era uno de mis favoritos. Me levanté de la silla y me aproximé a las dos columnas que sostenían cada una en la parte superior una esfera. Veía las esferas en el momento que me descubrí haciendo un rítmico ruido con mis zapatos nuevos de charol negro, dando ligeros brincos en el suelo. Mi hermano me chistó un par de veces, y como no le hice caso, se me acercó, me entregó el cuaderno y mi lápiz y me susurró casi al oído: papá dijo que no nos moviéramos de la silla, ¡ten, haz la tarea!

Las columnas me parecían una invitación al siguiente espacio donde predominaba en el piso un arreglo cuadriculado en blanco y negro como un tablero de ajedrez. Me sentí tan pequeña como una pieza del juego y me interné en la cuadrícula, deslizándome entre los cuadros dando certeros brincos como lo hacían los jugadores con las piezas. Bordeando el piso, a los lados, estaban alineadas una gran cantidad de sillas, pensé que eran los espectadores del juego. Después de un rato me senté en el piso cuadriculado, abrí mi cuaderno y me puse a trabajar.

Cuando mi padre salió del salón se me quedó viendo. Alex se acercó a él y le dijo. ¡Lilia no obedeció papá! Inmediatamente me levanté y corrí hacia ellos. ¡Despídanse niños! Ordenó sin decir más. En el coche preguntó mi papa: ¿hicieron la tarea? Yo sí, dijo Alex, ¿y tú Lilia? yo también, la hice ayer viernes. ¿Puedo verla? Agregó papá tomando mi cuaderno que se abrió justo en la página donde había hecho un dibujo. ¿Tú hiciste esto? Si… contesté, permaneció un rato en silencio sin apartar la vista del dibujo. Finalmente agregó: ¿me lo regalas? Bueno. Cortó la hoja, la dobló y la metió dentro de un libro.

Cuando pasamos por la nevería del parque, cerca de casa, nos compró un helado. El mío era de chocolate. Al bajar del coche me caí y me ensucié de nieve el vestido con todo y el ramillete de florecillas. Empecé a llorar, Julia, nuestra cocinera quién además era mi nana y quién más tarde llegó a significar una parte emocional muy importante en mi vida, estaba en la puerta, me tomó de la mano, me cambió de ropa y puso a remojar mi vestido en agua tibia jabonosa. Yo la veía tallar delicadamente la tela cuando comencé a llorar de nuevo. No llores, nadie va a notar la mancha. No lloro por eso ¿entonces por qué lloras? Porque le regalé el dibujo a mi papá. ¿Cuál dibujo? El que acabo de hacer. Pues hazlo de nuevo. ¿Y si no me queda igual? Inténtalo. Tracé nuevamente el dibujo y se lo enseñé a Julia (figura 3) ¿Y qué es esto? –preguntó.
Es el tablero de la logia masónica. ¡Ahhhh! pues te quedó muy bien.


Aunque en ese tiempo yo no sabía que los símbolos son pictografías con significado propio, había dibujado la representación perceptible de una idea. Una idea que me trasmitía algo que yo ignoraba pero que en su conjunto me quedaba claro, era un medio gráfico de información. La imagen hablaba por sí sola a través de un planteamiento intuitivo de lo que yo había percibido. De tal modo yo quería trasmitir mi experiencia visual de una manera equivalente, a través de una imagen.

Tal vez mi curiosidad o la capacidad de percepción en mi niñez, me preparaban para desarrollar con el tiempo un proceso cognoscitivo más elaborado, a través de la información que yo advertía en ciertas vivencias o entornos, permitiéndome en consecuencia crear mi propia realidad del mundo y del universo. Una especie de memoria gráfica se instalaba frente a mí, facilitando el impulso de la creación que a la postre, me permitiría proyectar las propias representaciones de mis ideas.

(Continuará) 

Nota: El índice de los capítulos de "Hacia la creatividad cuántica" se encuentra en el cintillo izquierdo del blog. 



jueves, 5 de octubre de 2017

Pintura modular con un enigma

Método paso a paso para crear pinturas modulares.
Este ejercicio se acompaña de un enigma para resolver.

De la colección: Juegos para armar ideas publicada en YouTube.






Cambia de lugar algunos fragmentos del diseño anterior y experimenta nuevas FORMAS.





Ver video...


miércoles, 4 de octubre de 2017

La sabiduría de los juegos milenarios


Capítulo I (continuación)
Del libro Hacia la creatividad cuántica
Autora: Lilia Morales y Mori

La sabiduría de los juegos milenarios

Todo juego que se respete tiene sus reglas. Desde hace más de mil doscientos años ya lo sabían los creadores del Chaturanga (figura 1) antiguo juego originario de la india, antecesor directo del Shatranj, que en línea directa, ambos debieron dar origen al ajedrez. Relata Julio Ganzo (1973) Madrid, Editorial Ricardo Aguilera en Historia general del ajedrez, el siguiente fragmento.



Representación esquemática del Chaturanga

El poeta persa Firdusi, en su obra titulada Sha Nameh (Libro de los Reyes), cuenta que el chatrang (ajedrez de Persia), fue enviado a Cosroes 1 Anorchivan (año 540 d. JC.) por el rey de Karnoj, Harsha Vardana, llamado el gran rey de las cinco Indias. La tradición del relato de la introducci6n del ajedrez en Persia -del poema de Firdusi- hecha por Duncan Forbes, dice así: "Entonces el embajador presentó una carta ricamente ilustrada, escrita de puño y letra del monarca de la India a Arnochivan. Finalmente abrió en presencia del rey y de la corte, asombrada, un tablero primorosamente construido, junto con las piezas de un ajedrez de marfil y ébano artísticamente fabricadas. Carta del rey de la India a Cosroes Anorchivan el Justo y el Grande: ¡Oh, rey!, deseo que vivas tanto tiempo como las estrellas continúen dando vueltas. Te pido que examines ese tablero y que lo presentes a las personas de tu reino más distinguidas por sus conocimientos y su sabiduría. Haz que deliberen unos con otros y, si pueden, hazles descubrir los principios de tan maravilloso juego.

En buen aprieto se vieron los sabios del monarca, quienes examinaron con sumo cuidado el tablero y las piezas, pero fue Buzurjmihr, primer ministro del rey, quién en tan sólo una noche y un día, logró descubrir la naturaleza del juego, cuyo tablero representaba un campo de batalla y las piezas personificaban las diferentes fuerzas empeñadas en el combate.   

Ésta bien elaborada estrategia de representación esquemática de hechos reales, dio desde la antigüedad, origen a los modelos de simulación qué con el tiempo, han resultado indispensables para entender el comportamiento de algún fenómeno o suceso, de variable grado de complejidad.

El Chaturanga, que con el pasar de los años se convirtió en un juego, Es ciertamente un prototipo para experimentar de forma aparentemente sencilla, cierto tipo de comportamiento, en donde las relaciones matemáticas y lógicas, están implícitas en el modelo que representa un evento del mundo real.

Entre los juegos más antiguos del mundo, el “Go” (figura 2) originario de China con una antigüedad de más de tres o cuatro mil años, representaba el modelo de una sociedad cuyos conflictos territoriales, generaban frecuentes enfrentamientos bélicos. Algunas teorías sugieren que este juego fue inventado por generales y jefes del ejército chino, quienes usaban piedras para señalar las posiciones de ataque en los mapas.


Representación de un tablero de Go

Otra teoría sugiere que el Go, se originó cuando un grupo de astrólogos dibujaron estrellas con coordenadas celestiales sobre la tierra, (una tabla) en la que colocaron piedras para alinear las estrellas, construyendo así, un rudimentario mapa celeste. Dicho alineamiento permitía interpretar y predecir el futuro. Cuentan que al terminar una partida de Go, el intérprete podía leer el oráculo de los jugadores, según las posiciones que habían ocupado en el tablero.

Lo cierto es que, con el tiempo, este juego fue considerado en China una de las Cuatro Artes Tradicionales, y hoy en día se celebran importantes torneos a nivel mundial. A diferencia del ajedrez, en el Go, al inicio del juego el tablero se encuentra completamente vacío y cada jugador pone una ficha por turno. Las fichas se van colocando en las intersecciones del tablero y empiezan siempre las negras. Las sencillas reglas para jugar al Go, harían suponer que es un juego bastante fácil, sin embargo, es un juego que exige una enorme habilidad mental y una elaborada maestría de profundo pensamiento y aguda inteligencia. Hay que mantenerse alerta a lo largo de todo el juego, incluso se ha llegado a considerar uno de los juegos de estrategia más difíciles y competitivos del mundo moderno.

En ambos juegos, en el ajedrez y el Go se encierran milenios de sabiduría. Conocimiento que se originó en los albores de la historia de la humanidad, y no deja de sorprender en el presente, la capacidad de lógica e inventiva que tuvieron sus creadores, para estructurar todo el contexto indispensable en la elaboración de un modelo matemático, en perfecto equilibrio entre Juego, Arte y Ciencia.

Tres valores que sin lugar a dudas trataría de tomar siempre en cuenta, en la creación de todos mis juegos. Ese perfecto equilibrio, fue la condicionante que me motivó a lo largo del tiempo, durante el desarrollo del diseño, la estrategia y la lógica de los acertijos o enigmas, que constituían propiamente el fundamento de cada una de mis lúdicas ideas. 

(Continuará) 

Nota: El índice de los capítulos de "Hacia la creatividad cuántica" se encuentra en el cintillo izquierdo del blog. 

martes, 3 de octubre de 2017

Pinturas que no tienen fin


Método paso a paso para crear un sencillo modelo generador de pinturas.
De la colección: Juegos para armar ideas publicada en YouTube



Una partida de ajedrez en el parque


Capítulo I (continuación)
Del libro Hacia la creatividad cuántica
Autora: Lilia Morales y Mori

Una partida de ajedrez en el parque

Mi primer contacto con el ajedrez fue a la edad de cuatro años. Mi madre, en compañía de una amiga y su hijo, nos había llevado a mi hermano y a mí, a dar un paseo por los jardines de la alameda, en la colonia Santa María la Ribera, ubicada en una zona de gran tradición y valor arquitectónico de la ciudad de México. Ellas se habían sentado en una banca mientras Alex y Memo jugaban un juego ya olvidado de canicas. Yo observé a corta distancia, a un par de personas que se encontraban enfrascadas, en una situación que me pareció completamente incomprensible.

Me aproximé a ellos, a pesar de las advertencias de mi madre de “no molestes a los señores”, aunque puedo asegurar que mi presencia pasó totalmente desapercibida. Ambos personajes, completamente abstraídos, permanecían inmóviles de tanto en tanto, hasta que alguno de ellos tomaba alguna pieza y la movía de lugar colocándola nuevamente sobre la base de madera, esta acción originaba un certero y peculiar sonido que hasta el día de hoy no he podido olvidar.

Pensé que tal vez de eso se trataba, me pareció un juego de sonidos donde cada pieza retumbaba con cierta sonoridad, según la fuerza que le imprimía cada jugador. Algo de eso debía ser cierto, porque supuse que las piezas de sonidos débiles iban perdiendo la batalla y debían salir del recuadro que las contenía. Sorpresivamente uno de los jugadores movió una pieza, gesticuló una extraña sonrisa y dijo: “jaque mate”. El otro personaje se quedó tan desconcertado como yo. Acto seguido, todas las piezas fueron retiradas de la base, que en un cerrar y abrir de ojos, se convirtió en una caja donde fueron a parar todas las piezas haciendo un enorme estrépito.
Pasaron varios días, cuando descubrí en el librero de mi casa una caja igual a la que había visto en el parque. Me trepé a una silla y con gran alegría me apoderé de ella. Me gustaba deambular por el pequeño departamento con la caja bajo el brazo. El ruido que hacían las piezas en su interior me fascinaba. Ocasionalmente colocaba las piezas sobre la superficie reticulada de dos colores y las movía golpeando con fuerza el tablero. La felpa verde bajo las piezas creaba un sonido seco y profundo, que me permitía según su intensidad, determinar que pieza daría el “jaque mate”.


Mi ingenua imaginación infantil, empezaba a dar origen a mi pertinaz capacidad creativa. No serían los juegos los que me atraparían inevitablemente, sino la creación de ellos. Algo que me favoreció en dicha empresa, fue mi carácter solitario, de tal modo podía compartir con mis amigos imaginarios muchas de las ideas, que a temprana edad fueron poblando mis rudimentarios pensamientos.

(Continuará) 

Nota: El índice de los capítulos de "Hacia la creatividad cuántica" se encuentra en el cintillo izquierdo del blog. 


LA CREACIÓN DE LA MENTE


Capítulo I
Del libro Hacia la creatividad cuántica
Autora: Lilia Morales y Mori 

LOS CAMINOS DE LA IMAGINACIÓN

Hace algunos años solía sentarme en la cama recostada entre los almohadones del respaldo, en una relajada y pensativa posición, hasta que alguno de mis hijos preguntaba: ¿Qué haces mamá? Yo le respondía: ¡Nada! ¡Pues has algo! ¿No?

Pensar puede parecer en principio, no hacer nada. Pero creo que ese no hacer nada, es la parte más asombrosa, fantástica y comprometida de la creación. Ese momento de recogimiento en la soledad, que es tan sólo un destello en la abstracción de una idea, con el tiempo deberá cobrar vida, ardua y pacientemente, a través del trabajo auténtico y mental, que materialice el pensamiento fugaz que nos atrapó en un instante.

Desde niña me subyugó esa sensación de hacer algo, que sólo transcurría en la intimidad de mis pensamientos. Así adquirí la facultad de ver, sentir, tocar y disfrutar los objetos que cobraban presencia física ante mí. De tal modo yo podía observarlos detenidamente, girarlos, moverlos e incluso desarmarlos, hasta convertirlos en pequeñas partes de un todo, que yo barajaba con gran habilidad como si se tratase de un asombroso rompecabezas.

La idea del ajedrez topológico (del que hablaré más adelante) fue sólo el resultado de una serie de experiencias, que fueron madurando a través del tiempo. Antes aparecieron ante mí las imágenes del “Módulo 16”. Imágenes que se diluían frente a la visión de mis pensamientos, para convertirse al instante en otra cosa que al principio mi cerebro tardaba en procesar. De tal modo, una serie de señales en un lenguaje que recién descubría, se instaló en mi mente mostrándome el maravilloso mundo de las “Transformaciones”.

Así comencé a explorar espacios que sólo habitaban en mis pensamientos, los que con el tiempo me llegaron a ser tan familiares, que a veces perdía contacto con la realidad. En consecuencia, desarrollé un pensamiento estratégico, siempre alerta para recibir cualquier desafío futuro que de forma intempestiva pudiera presentarse. Las oportunidades con rostro de ideas son fugaces y efímeras, y las tiene uno que tomar casi siempre al vuelo.

Esas imágenes etéreas de mi pensamiento, mi memoria las capturaba como el clic fotográfico de un breve instante, tan sólo el tiempo justo, para tomar rápidos apuntes que me permitieran después, elaborar el análisis de la información que se había presentado sin previo aviso. De alguna manera, las imágenes siempre venían acompañadas con una buena dosis de certeza, de que algo importante se ocultaba detrás de ellas.

Pero la idea intangible es perecedera, el pensamiento tiene que encontrar un medio de expresión, que le permita comunicar dicho concepto a los demás seres humanos, para que esa imagen mental, contenida en una breve ensoñación, pueda realmente existir. Es entonces el momento de estructurar una acción que deambule por el andamiaje intelectual, para reproducirlo a través de conceptos y razonamientos, que puedan ser percibidos a través de los cinco sentidos, de quienes contemplen la recreación intrínseca de la imaginación.

Siempre me he preguntado: ¿De dónde surgen las ideas que me acechan con tan vívida intensidad? Nunca lo he sabido, pero considero que la respuesta es irrelevante, ya que con el tiempo me he acostumbrado a vivir con esta singular manifestación. Y además, muy probablemente, a todas las personas en algún momento de su vida, les ha invadido este tipo de representaciones, anidándose en sus propios pensamientos. Lo importante de la parte sorpresiva de una idea, es que tiene que florecer y cobrar vida bajo un proceso racional, que nos permita conocer, comprender, juzgar y razonar la estructura del pensamiento, y su función en el plano del espacio real.

Las ideas tal vez sean producto de la motivación de cierta actitud cotidiana, que está presente en nuestro carácter o temperamento, que se ha forjado desde el momento mismo de nuestra existencia. Sea cual fuere su origen, las ideas que se han instalado en mi pensamiento, le han dado un sentido fundamental a mi vida.

(Continuará) 

Nota: El índice de los capítulos de "Hacia la creatividad cuántica" se encuentra en el cintillo izquierdo del blog. 















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