Capítulo
I
Del libro Hacia la creatividad cuántica
Autora: Lilia Morales y Mori
Los días lluviosos de
finales del verano y principios del otoño, me llenaban de cierta sensación
melancólica, que yo aprovechaba para releer los apuntes de la historia de las
matemáticas que había hecho en la librería. Una húmeda y calurosa tarde me
había propuesto construir con cartulina de colores los cinco sólidos platónicos
(figura 9). Tracé en un cartoncillo el patrón de cada una de las figuras, las
recorté y las pegué uniendo los bordes. Me parecieron tan hermosas, que las
guardé en la caja de los caracoles, de vez en cuando las sacaba del estuche y
alineaba los poliedros de cartón, sobre la mesa donde solía hacer mi tarea.
Figura 9. Los cinco sólidos platónicos
Mi figura favorita
era el tetraedro, seguramente porque el triángulo al igual que los números
triangulares me cautivaban. Un día descubrí qué sumando los dígitos de
cualquier número de la serie triangular, sumaban siempre: 1, 3, 6, o 9. Y más
tarde descubrí que el nueve era un número maravilloso. ¿Pero qué número no es
maravilloso? Desde sus inicios los primeros sistemas de numeración, cuando los
hombres empezaron a contar con los dedos, con piedras, o marcas de madera,
puntos o rayas, crearon números de representación muy simple. Pero el
conocimiento y el pensamiento humano en constante desarrollo evolutivo, habría
más tarde de dar lugar al sistema de numeración egipcio, maya, griego, romano,
indoarábigo etc. Cada uno con sus valiosas aportaciones para el entendimiento y
comprensión de nuestro entorno y nuestro propio universo.
Cuando era niña me
atrapaban esos símbolos que veía en las ilustraciones de mis libros favoritos.
Y cuando todo parecía ya no poder sorprenderme más, con el paso de los años,
aparecieron los sistemas de numeración binario, donde cualquier número del
universo puede escribirse con tan sólo dos dígitos: el 1 y el 0. La informática
y la electrónica le darían un nuevo contexto a las matemáticas del siglo XXI,
donde toda la información que se emite y se recibe a través de las computadoras
cada día, es simplemente mediante “ceros” y “unos” que son transformados en
imágenes, sonidos o en algún formato digital. Pero cabe la pena preguntarse:
¿Cuánto durará la era digital? Tal vez la computación cuántica con su
enigmático código esté frente a nosotros, esperando sorprendernos aún más.
A mis doce años, en
1958, la vida transcurría lentamente, y yo tenía todo el tiempo del mundo para
interpretar a mi ingenua manera, una milésima de una microscópica parte de la
historia del conocimiento humano. Un día de ese año, después de terminar la
tarea, me dispuse a colorear el dibujo que había hecho en cartulina de un
hexágono (figura 10A). Con una regla uní los vértices opuestos de modo que se
formaron seis triángulos equiláteros (figura 10B). A continuación, tomé un
compás y tracé en el centro del hexágono un círculo (figura 10C). Pensé que era
gracioso cómo se veía el círculo dentro del hexágono, ya que, el hexágono es
una figura que se construye a partir de un círculo. Me quedé viendo la figura
un rato y casi impulsivamente tomé las tijeras y recorté cada uno de los seis
triángulos. Volví a unir los triángulos para formar el hexágono, pero cuidé muy
bien de poner en el centro sólo vértices en blanco, de modo que pude dibujar en
medio un pequeño hexágono (figura 10D). Nuevamente reacomodé los seis
triángulos, dejando los vértices blancos en el centro, donde dibujé una
estrella (figura 10E).
Figura 10 (A,B,C,D,E) Piezas
de un módulo hexagonal polivariante
Todo fue sumamente
sencillo y divertido. Próxima a cumplir trece años, me había involucrado sin
proponérmelo, en el inquietante mundo de las transformaciones, es decir: en el
espacio de los Modelos Polivariantes. Tal es el ejemplo del modelo físico de la
figura 10E, de la cual se podían obtener otras formas que representaran o
significaran figuras completamente diferentes. Sentí en ese momento un gran
deseo de mostrarle mi modelo a alguien. Julia, mi nana, que siempre me decía:
¿qué haces mi niña? cuando me veía muy concentrada en alguna cosa. Se me acercó
y me dijo la consabida pregunta: Yo le respondí, unas figuras mágicas. ¿Y por
qué son mágicas? Porque cambian de forma. A ver, enséñame.
Julia tomó con sus
manos regordetas los seis triángulos de la figura 10E y preguntó: ¿qué hay que
hacer? Junta los triángulos de manera que se unan de esta forma, le señalé un
hexágono, pero fíjate que en el centro se forme una figura regular. ¿Cómo que
regular? Qué tenga todos sus lados iguales. ¡Ah! ¿Voy bien? No, este lado es
diferente. Tienes razón… ummm... ¿Y ahora? Ya vas mejor. No pasó mucho rato
cuando le dije aplaudiendo de gusto, muy… muy… bien Julia, ya tienes el
círculo, ahora has otras dos. Mi nana que había estado de pie, se sentó en una
silla y continuó moviendo los triángulos con tal seriedad que no pude evitar
sentirme importante. Finalmente formó el hexágono. Yo estaba muy emocionada al
verla mover con tanto entusiasmo los pequeños triángulos, hasta que sonó el
timbre de la casa, era don Gonzalo, el señor que nos surtía huevos, leche y
queso tres veces a la semana. Como Julia se entretuvo en la cocina, yo recogí
mis cosas y me fui a brincar a la cuerda en el patio.
Más tarde entré a la
cocina y le dije a Julia que me sirviera un poco de leche tibia con un pan.
Aquí tienes mi niña, me dijo. Me le quedé viendo con gran cariño, no podía
olvidar sus bondadosos cuidados que me había dedicado durante más de seis
meses, cuando sufrí esa extraña enfermedad, justo cuando recién había cumplido
diez años. Un día amanecí con un dolor muy fuerte en la ingle de la pierna
derecha, ese día no fui al colegio. Al día siguiente tenía las dos piernas muy
adoloridas y no podía sostenerme de pie. Mi mamá llamó al médico quién después
de auscultarme como a un bicho raro, le dijo: no creo que sea parálisis
infantil, pero tenemos que estar atentos, por lo pronto debe tomarse estas
medicinas.
Una semana después de
tener las piernas completamente debilitadas, mis manos y mis brazos habían
comenzado a hacer movimientos incontenibles y desordenados. Cada día la
enfermedad iba deteriorando más mis extremidades al grado de no poder controlar
los movimientos de mi cuerpo. Un par de semanas después, mi cara estaba
afectada por convulsiones y muecas repentinas que me imposibilitaban para poder
hablar y comer. Días más tarde perdí la capacidad de emitir cualquier sonido
voluntario y en tan sólo un mes estaba convertida en un lamentable y horroroso
títere desarticulado.
Mis padres estaban
devastados porque el médico les había dicho que padecía la enfermedad de
Huntington, vulgarmente conocida como mal de San Vito. El diagnóstico no era
nada alentador, ya que se esperaba que tuviera trastornos cognoscitivos y
psiquiátricos. Y posiblemente una muerte temprana. Durante esos meses mis papás
iban a verme poco y mis hermanos cuando lo hacían, le preguntaban a mi nana si
yo estaba ¡…! no pronunciaban la palabra, sino que hacían una seña con su dedo
índice moviéndolo en la frente.
Yo conservo aún en mi
memoria, el dolor físico de esa enfermedad, sin embargo, puedo asegurar que
jamás perdí mi capacidad de pensar ni de coordinar lógicamente mis ideas, lo
que sí puedo decir, es que en esa época mi imaginación se desbordó a tal grado,
que en muchas ocasiones tuve sueños verdaderamente extraños y hermosos, muy
vívidos, coloridos e incomprensibles. Las ensoñaciones de mi fantasía me
recuerdan mucho a los cúmulos de las galaxias que todos podemos observar hoy en
día, en cualquier fotografía de la NASA. Fue una época de gran silencio y
soledad, pero también fue una época en la que llegué a sentirme inmensamente
feliz.
Gracias a mi nana,
sobreviví la parte física de la enfermedad, ella se las ingenió para que yo
comiera los pocos alimentos que lograba introducir en mi boca. Me bañaba a
diario en la tina, primero con agua caliente y luego con agua fría, me
administraba a tiempo todos mis medicamentos, masajeaba todo mi cuerpo y me
cantaba canciones para que yo me pudiera dormir. A ratos me abrazaba muy fuerte
y se me quedaba viendo a los ojos y me decía: mi niña, yo sé que tú me escuchas
y me entiendes, ¿verdad? las dos sabemos que te vas a poner bien.
Seis meses después la
enfermedad se fue lentamente como llegó, tardé algunos meses en poder caminar
sin caerme a cada rato, porque estaba aún muy débil y mi cuerpecito había
quedado prácticamente en los huesos. Cuando volví al colegio, me puse al
corriente de mis materias y por mi empeño y el afecto que me tenían las monjas
no perdí el año escolar.
¡Me falta una figura!
me dijo Julia. Corrí por los triángulos y nos quedamos en la mesa de la cocina
hasta que finalmente encontró la estrella.
(Continuará)
Nota:
El índice de los capítulos de "Hacia la creatividad cuántica" se
encuentra en el cintillo izquierdo del blog.
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