Capítulo
I (continuación)
Del
libro: Hacia la creatividad cuántica
Autora:
Lilia Morales y Mori
En la secundaria con
frecuencia solía releer algunas anotaciones de los apuntes que había hecho los
años anteriores. Esa fue una gran etapa de mi vida de adolescente porque mis
padres tuvieron la feliz idea de ponerme un maestro particular de pintura. Al
mismo tiempo estudiaba piano, pero mi oído musical y mi nula capacidad para
aprender idiomas habían decepcionado por completo a mi madre, que inútilmente
trató de enseñarme el catalán (su lengua materna) y el francés que aprendió en
Francia durante su estancia de cuatro años, en el exilio por la guerra civil
española.
Para mi primer día de
clases de pintura, seleccioné como fondo musical un disco de Frederic Chopin,
saqué el acetato de su empaque, lo limpié con un lienzo de felpa, moví el botón
hacia la marca de 33 revoluciones, coloqué el disco sobre el plato, accioné el
mecanismo de encendido, esperé que cayera lentamente el brazo y escuché con una
franca sonrisa en el rostro, el inconfundible sonido que hacía la aguja al
deslizarse sobre los primeros surcos del disco. Todo este ritual bien
aprendido, me había ganado la confianza de mi padre para poder usar su elegante
radio tocadiscos Telefunken que había comprado en Estados Unidos.
Antonio tenía 20
años, era alto, delgado, serio y muy agradable. Las clases se impartían en el
comedor de mi casa dos veces a la semana, hora y media, bajo los ojos atentos
de Julia que de rato en rato se daba sus vueltas. El maestro encendió un
cigarrillo, aspiró una bocanada de humo que inmediatamente arrojo en dirección
del techo, envolviendo las luces de la lámpara. Pausadamente le dio un sorbo a
su taza de café, después tomó una galletita y me preguntó: ¿Tú no vas a tomar
café?
-No me dan permiso,
podría tomar té, pero no me gusta.
-Bueno… tu mamá me
mostró algunos de tus dibujos, ¿qué esperas de este curso?
-Aprender a pintar
como Paul Klee, Juan Gris, Cézanne, Joan Miró… y como él no decía nada, tan
sólo se me quedaba viendo, yo continué… o tal vez como Wassily Kandinsky o
Vincent van Gogh, o Manet…
-¿Y por qué no como
Rembrandt, o Alberto Durero, o Rafael, o el Greco?
-Porque ellos pintan
principalmente la figura humana con increíbles expresiones en los rostros, o
sorprendentes paisajes, pero yo sólo quiero pintar figuras.
-¿Figuras? Asentí con
la cabeza. -¿Cómo cuáles?
-No sé exactamente,
pero me gustaría pintar figuras que trasmitan una idea. Podría pintar por
ejemplo la figura humana pero con trazos poco definidos, con tan sólo color y
algunas líneas. El maestro apoyó su cabeza sobre su mano izquierda mientras
hacía un ruidito sobre la mesa con los dedos de su mano derecha, como si
estuviera siguiendo el ritmo del Nocturno Op. 9 de Chopin que se escuchaba en
ese momento. Pensé que lo estaba aburriendo hasta el cansancio, así que sin
perder tiempo le mostré un cuaderno donde coleccionaba recortes de pinturas que
había encontrado en algunas revistas. Me gustaría pintar así, le dije y le
mostré algunas de ellas. Ver figura 17.
Figura 17 (A, B, C) Pinturas
de Juan Gris, Paul Klee, Joan Miró
Tomó el cuaderno y
vio fijamente las reproducciones que había pegado en una hoja de papel. Hizo un
gesto que me pareció de aprobación y agregó señalando cada una: Así que te
gustaría pintar como Juan Gris (A), Paul Klee (B) y Joan Miró (C). Le dije que
sí, experimente una enorme alegría en mi interior, porque al fin, había
encontrado a una persona que hablaba mí mismo “idioma”. -En realidad- declaró
con cierta parsimonia -no se aprende a pintar como nadie, se aprende una
técnica, y lo que diferencia a cada pintor es su estilo, su particular y
auténtica expresión pictórica. Yo sólo te puedo enseñar la técnica, tú tendrás
que hacer el resto.
Ese día realicé
varios ejercicios a lápiz, sanguina y carbón sin un objetivo en particular, sólo
ejercitaba tonalidades de claro-oscuro a través del degradado, en diferentes
texturas de papeles utilizando el difumino. En las siguientes clases inicié
dibujos al natural de algunas composiciones que mi maestro disponía con adornos
y objetos que encontraba en la casa. Un día tomó de la cocina unos pimientos
rojos, verdes y amarillos que Julia tenía sobre la mesada mientras guardaba el
mandado. Sobre un mantel de lino bordado a mano, en el que realizó unos
pliegues acomodó los pimientos, una jarra de vidrio y un par de vasos que mi
mamá solo usaba en contadas y muy especiales ocasiones.
Él me veía trabajar
mientras se comía una manzana que pensé erróneamente formaría también parte de
la composición. Lograr la luz en la transparencia del cristal era todo un reto
para mí, pero la técnica tiene sus secretos y mi maestro no escatimó en darme a
conocer muchos de ellos. Después de tres meses había iniciado la técnica del
pastel y mis pinturas comenzaban a tener una calidad aceptable que Antonio
siempre me celebraba. Un día me dijo, -el mes próximo aprenderás a pintar con
óleo, pero antes quiero dejarte de tarea un ejercicio “de tema libre”. -¿Libre?
-Sí, agregó de inmediato. -Tendrás que hacer un dibujo tuyo, completamente
personal, donde expongas lo que deseas expresar a través de la pintura. Puedes
usar el tipo de papel que desees, el formato que te parezca más cómodo y
cualquiera de las técnicas que has aprendido hasta ahora. Nos despedimos y no
lo vi durante dos semanas que duró su viaje a Estados Unidos.
Dos días después me
encontraba en una cómoda posición, sentada en la cama, cuando me llegó la idea
que estaba esperando para iniciar mi dibujo (figura 18). Tomé una hoja de papel
Rembrandt, el más grueso que encontré. Dibujé un pequeño cuadro de 5x5 cm. (figura
18A) después, tracé dos líneas en los puntos medios del cuadro (figura 18B) de
modo que obtuve cuatro cuadros iguales. A continuación, en cada uno de los
cuadros dibujé una serie de líneas, tal como se muestra en la (figura 18C).
Repetí quince veces más la figura 18C en la misma hoja, y cuando ya tuve listos
los dieciséis cuadros empecé a colorear cada uno de ellos como se muestra en la
figura 18D.
Figura 18. Desarrollo de un
boceto para un diseño modular
Utilicé una técnica
mixta de pastel y carboncillo en una sutil mezcla de colores y abundantes tonos
degradados, resalté con color negro una sección del cuadro que usé como fondo.
Al terminar de colorear los dieciséis cuadros les pasé dos veces el fijador y
cuando estuvieron secos, con un cúter, corté con especial cuidado cada segmento
justo en el borde. A partir de ese instante, inicié lo que para mí, resultaba
la auténtica parte creativa de mi obra.
Tomé cada uno de los
16 fragmentos y los acomodé formando un cuadro de 4x4, después de varios
intentos seleccioné un arreglo que presentí era justo el que estaba buscando.
Corté una cartulina con las medidas de 26x26 cm. Le rocié spray de contacto y
pegué los dieciséis cuadros de mi dibujo dejando un margen de 3 cm. de lado.
Rectifiqué muy bien las uniones y las repasé con color de manera que no se
vieran las juntas, finalmente le volví a poner otra capa de fijador. Quedó
impecable, parecía una pintura enmarcada. La guardé hasta el día que volví a
ver a mi maestro.
Traía puesta una
camisa verde nilo con una corbata del mismo color, venía de una reunión formal
y se había pasado directamente a nuestra clase. Ese día me pareció muy apuesto.
Lo primero que me dijo fue: ¡Muéstrame tu composición! Le entregué la carpeta
donde había guardado el trabajo, la abrió y sacó la cartulina. Ante mi sorpresa
se puso muy serio, colocó el dibujo sobre la mesa, apoyó la cabeza sobre su
mano izquierda y con la mano derecha empezó a tamborilear las notas del “Sueño
de amor” de Franz Liszt que en ese momento escuchábamos. Pensé, que esos
minutos ya los había vivido antes. Volteó a verme sin dejar de tamborilear con
los dedos. Después se volvió a concentrar en el dibujo de la figura 19.
Figura 19. Composición
modular. Repetición de 16 fragmentos.
-¡Muy interesante!
-Dijo al fin -Esperaba algo que me sorprendiera, pero sinceramente no esto. Es
un dibujo muy elaborado, de simetría perfecta, equilibrio en los colores,
impecable técnica, agradable degradado de las tonalidades... y por supuesto…
reinan las figuras. Yo intervine en ese momento y dije muy entusiasmada, -hay
círculos y cuadrados, además están sugeridos los octágonos y los triángulos y
una relación numérica donde predomina el número cuatro. Sin dejarme hablar más,
agregó: creo que ya estás lista para iniciar la técnica al óleo.
Cuando mi papá se
enteró de la buena noticia, me obsequió un hermoso estuche de pintura Winsor
& Newton, además de algunos accesorios para óleo, pinceles extras y un
magnífico caballete. Tal vez mi obsesión por las figuras geométricas fue mayor
que mi anhelo de ser una gran pintora, no obstante, durante muchos años hice
pintura de caballete, todas ellas eran un homenaje a las formas y los números
en arreglos modulares que se recreaban por sí mismas. Un par de semanas más
tarde, tomé la cartulina y volví a cortar cada uno de los dieciséis cuadros.
Experimenté varias composiciones, la mayoría hermosas y sorprendentes, me
conmovía yo misma de los atributos ocultos que se encontraban detrás de ese
diseño.
Emergían sin sospecharlo,
nuevas formas, nuevas imágenes con sus particulares propiedades de carácter y
número, donde el símbolo y la representación estaba implícita, recordándonos su
origen en la sencillez de una modesta idea, de unas cuantas líneas dispuestas
con cierto arreglo espacial. Supuse que la verdadera manifestación creativa del
modelo era siempre la que permanecía oculta en su posibilidad de existir.
Llegué a la conclusión de que así sería el universo, algo que eternamente se
estaría reinventando en una dinámica de continuo cambio, que ajeno a la idea
original de sus partes fragmentadas, daba paso a un Todo misterioso y
desconocido.
Ese momento habría de
marcar para mí, el inicio de una nueva forma de pensar, de concebir las
relaciones espacio-tiempo, de entender la complejidad del pensamiento cuando se
origina a partir de un diseño elemental, casi simbólico. Así nació el módulo 16
de espacios polivariantes (figura 20). Era sólo el preludio de un paradigma que
enfrentaría toda la vida, las “relaciones topológicas de las transformaciones
de los atributos”, como llegué a llamarle aquel día, a los módulos integrados
en un Todo, por cierta cantidad establecida de fragmentos unitarios.
Figura 20. Módulo 16
polivariante, transformación de los atributos de la figura 19
(Continuará)
Nota:
El índice de los capítulos de "Hacia la creatividad cuántica" se
encuentra en el cintillo izquierdo del blog.
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