Hacia la creatividad cuántica
Publicación por temas del libro "Hacia la creatividad cuántica" de Lilia Morales y Mori. Se incluyen ejercicios para el desarrollo de las habilidades del pensamiento y la creatividad de la colección en YouTube: Juegos para armar ideas.
martes, 7 de enero de 2025
Erebo. El virus mortal.
En el año 2045, el mundo era un lugar desolado. Las ciudades, que una vez brillaron con el bullicio de la vida humana, ahora eran ecos de lo que habían sido. Rascacielos cubiertos de hiedra y calles desiertas contaban historias de un tiempo en el que la humanidad creía ser invencible. Todo había cambiado con la llegada de un virus conocido como Erebo
miércoles, 24 de enero de 2018
El teorema de los cuatro colores
Capítulo
I (continuación)
Del
libro: Hacia la creatividad cuántica
Autora:
Lilia Morales y Mori
El teorema de los cuatro colores
Si mis cálculos
matemáticos estaban en lo cierto terminaría el encaje de la mantilla española
para mayo, justo el día de las madres. En segundo año de secundaria era
obligatorio en el colegio, cursar un taller de labores en tela. Yo había
seleccionado al principio del año escolar, un hermoso diseño de un pañuelo
bordado en encaje de guipur y deshilado sobre tela de lino. La madre María era
la maestra del taller y me había advertido que esa era una labor muy difícil de
realizar. No obstante, acepté el reto. Para finales de enero había terminado el
bordado de la tela y había iniciado el encaje del borde del pañuelo.
Una tarde, en que la
madre María veía con satisfacción mi trabajo, me mostró una bella labor en tul
de seda. Era una mantilla española. Como estaba a unas semanas de terminar el
pañuelo, la madre me autorizó para iniciar un nuevo bordado. Yo misma hice el
diseño compuesto de pequeños racimos de flores, que bordaría sobre tul de seda
negro. Seleccioné un hilo plateado también de seda e inicié inmediatamente el
bordado. Faltaba un mes y medio para el diez de mayo y yo aún no terminaba ni
el pañuelo ni la mantilla. Había hecho cálculos de tiempo y justo, trabajando
una hora y cuarenta y cinco minutos al día, concluiría ambos trabajos para la
fecha de entrega.
Escuchaba música de
Charlie Parker, mientras bordaba con cierta serenidad la mantilla. Pero algo me
distraía poderosamente, era un libro que recién había adquirido sobre
matemáticas, en particular el capítulo sobre grafos, de topología. Vi el reloj,
habían pasado 105 minutos, guardé con gran nerviosismo el bordado y me dispuse
a releer el tema del libro que tanto me inquietaba. Tiempo atrás ya había
descubierto los puentes de Königsberg, pero en este libro se exponía de forma
más amplia y amena dicho tema, pero sobre todo, se destacaba con más amplitud
“El teorema de los cuatro colores”.
Francis Guthrie
(1831-1899) enunció el teorema que decía: Se necesitan al menos cuatro colores
para colorear un mapa sin que ninguna región tenga una frontera común del mismo
color. Dicho teorema quedó sin resolver por más de un siglo, hasta que
finalmente fue demostrado con la ayuda de una computadora en 1976, donde se
comprobó que tres colores eran insuficientes y cinco resultaban excesivos. El
problema podría parecer un tanto trivial pero a mí me interesó lo suficiente,
como para dedicarle más tiempo que el que había convenido para mis obligaciones
con el taller de bordado.
Fue tan obsesivo de
mi parte este teorema que me alejó por completo de mis obligaciones, al grado de
no dedicarle el tiempo necesario a ninguna de las dos costuras. Naturalmente
tenía que comprobarlo por mí misma, de tal modo tracé un cuadro con divisiones
irregulares, pero añadí una limitante en el modelo enmarcándolo de color rojo
(figura 23). Realicé más de veinte copias con papel carbón y le pedí a Julia
que iluminara algunas de ellas, yo por mi parte, iluminé todas las restantes.
Figura 23. Mapa enmarcado
para ilustrar el teorema de los cuatro colores
Cuando Julia terminó
de colorear el dibujo que le había entregado, me dijo: ¡No se puede! ¿Por qué
no se puede? Le pregunté. Porque para el espacio 16 necesito otro color (figura
24). Este no puede ser azul, ni verde, ni amarillo, ni rojo, dijo con
desaliento.
Figura 24. Mapa no resuelto
de los cuatro colores
Tienes razón, pero
creo que no has aprovechado bien tus colores. Le di otra copia y le pedí que la
iluminara cuidando de usar más espacios rojos en el centro. Después de algunos
intentos que fueron a parar a la basura logró iluminar correctamente el cuadro
(figura 25)
Figura 25. Mapa resuelto de
los cuatro colores
Habían pasado algunas
semanas y yo me encontraba totalmente absorta en la tarea de iluminar cientos
de “mapas” de todos tipos y formas que yo me inventaba. Después de esa
experiencia agotadora, descubrí varias cosas: en primer lugar, que el teorema
tenía que ser cierto, pero yo carecía de elementos matemáticos suficientes para
establecer un argumento válido para esa afirmación. Y en segundo lugar descubrí
que había olvidado por completo mis dos costuras. Ese mes fue terrible, mi mamá
había recibido tres citatorios del colegio, el primero fue por afirmar en la
clase de Doctrina Cristiana que el “hombre había descubierto el fuego”. El
segundo por afirmar en la misma clase que: “los hombres habían inventado la
rueda” y el tercero por incumplimiento en el taller de costura.
El diez de mayo sufrí
una penosa humillación. En el salón de exposiciones donde todas las costuras de
mis compañeras se exhibían envueltas en papel celofán adornadas con un hermoso
moño de color rojo y una tarjeta dedicada a la madre, mis dos costuras
permanecían sobre una mesa, inacabadas, en una irónica composición que la madre
María había ingeniado, con todos los implementos de la labor: telas, hilos,
agujas, tijeras, dedales, ganchos, aros y por supuesto mis diseños en papel. Mi
mamá estaba bastante molesta. Durante el trayecto a casa, sujetando fuertemente
con las dos manos el volante, y sin apartar la vista del frente, me dijo: eres
una irresponsable ¿de qué te sirve ser perfeccionista si no terminas nada de lo
que empiezas? Por supuesto continuó diciéndome toda una letanía de cosas,
incluso en la actualidad, sus palabras en muchas ocasiones llegan a mi memoria
como un doloroso recuerdo. En efecto nunca terminé mis estudios universitarios
de arquitectura ni de biología, no obstante después de haber hecho una
brillante tesis en investigación biomédica y haber obtenido en ambas carreras
excelentes notas.
Por fortuna olvido
con facilidad las cosas que me hieren y como siempre he encontrado en las cosas
sencillas una gran felicidad, de tal modo, pasados unos días, me aboqué
nuevamente al teorema de los cuatro colores. Era imposible, me encontraba sin
argumentos matemáticos para validad con papel y lápiz el teorema, así que me
centré en otra parte del problema. Aunque mis conocimientos sobre álgebra eran
aún muy elementales, me dispuse encontrar una fórmula que me permitiera
establecer, que cantidad de los cuatro colores se necesitaban para garantizar
el correcto coloreado de un mapa.
Mi primer
planteamiento fue el siguiente: E es igual a la cantidad de espacios por
colorear del mapa. A es el color amarillo. B es el color verde. C es el color
azul y D es el color rojo. De tal modo:
E = A + B + C + D
Suponiendo que
tenemos un mapa E de 44 espacios incluyendo el color rojo del marco, dividí 44
entre 3, el resultado es 14.66 nos olvidamos de las fracciones y establecemos
que necesitamos 14 espacios amarillos y 14 espacios verdes. De tal modo ahora
sabíamos que:
A = E/3 y B =
E/3
Si sumamos el valor
de A y de B obtenemos un total de 28 espacios. Ahora tenemos que restarle a la
cantidad total de espacios de E, los 14 de A y los 14 de B. 44-28 es igual a
16. Es decir: nos faltan 16 espacios para colorear.
C = E - (A + B) / 1.7
Los 16 espacios
restantes los dividí entre 1.7 esto es = 9 (nos olvidamos de la fracción) de
tal modo tenemos que 9 sería el valor para C, y el valor para D sería el resto
que es igual a 7.
D = E - (A + B + C)
Ahora solo restaba
comprobar la fórmula. Le pedí a Julia, mi incansable nana, enfermera, cómplice,
amiga, auxiliar y colega en aventuras matemáticas que iluminara un mapa. Le
dije: lo puedes iluminar como tú quieras, pero hay una condición necesaria,
tienes que tener solamente 14 espacios amarillos, 14 espacios verdes, 9
espacios azules y 7 espacios rojos incluyendo el marco. ¿Y si no me queda? Me
dijo. ¡Inténtalo! Le contesté y me fui a leer el siguiente capítulo del libro.
Al día siguiente que
era sábado por la tarde, cuando yo estaba durmiendo una siesta, sentí que
alguien me tocaba suavemente el hombro y me decía: niña… niña… ¿estás dormida?
Estaba, le contesté, hasta que me despertaste. Abrí un ojo y vi a Julia
agitando el mapa frente a mi cara. ¡Lo logré…lo logré! Me incorporé de
inmediato, tomé la hoja que observé detenidamente con una gran sonrisa en mi
rostro (figura 26)
Figura 26. Mapa coloreado con
la fórmula limitante del marco
Estaba en lo cierto,
la fórmula servía para cualquier mapa por más difícil que éste fuera. Aunque en
mapas muy pequeños, menores de 10 espacios y con figuras complejas, el valor de
D (color rojo) puede intercambiarse por el valor de C (color azul) esto es
debido a la limitante roja del marco.
Tal vez el lector
esté preguntándose el porqué de los parámetros de la fórmula. En realidad fue
muy sencillo, después de iluminar cientos de mapas, observé que casi siempre
dos colores resultaban en igual cantidad, los dos colores restantes guardaban
una diferencia proporcional muy similar en todos ellos. No fue nada difícil
encontrar que dividiendo entre 3 el total de los espacios encontraría el valor
de A y B, la división del resto de los espacios lo hice por “tanteo”, dividí
primero entre 1.5, después 1.6 y finalmente descubrí que 1.7 era el divisor
correcto. La observación metódica de un fenómeno en sí, nos permite a priori
suponer su comportamiento, las matemáticas nos ayudan a definirlo y…
visualmente, la distribución de los colores en esta proporción numérica,
muestra un agradable equilibrio.
(Continuará)
Nota:
El índice de los capítulos de "Hacia la creatividad cuántica" se
encuentra en el cintillo izquierdo del blog.
jueves, 21 de diciembre de 2017
ÉPOCA NAVIDEÑA
Capítulo
I (continuación)
Del
libro: Hacia la creatividad cuántica
Autora:
Lilia Morales y Mori
En diciembre, las
casas se vestían del ambiente alegre y luminoso de las fiestas navideñas. Los
jardines se llenaban de luces de colores, bellos nacimientos a escala humana,
con su pesebre del niño Jesús, San José y la Virgen, los reyes Magos, los
animales, el riachuelo, los pastores etc. y por supuesto no podía faltar el
enorme árbol hermosamente decorado. Cuando mi maestro llegó a la clase, me
preguntó si quería dar un paseo, como le dije que sí, le pedimos permiso a
Julia para hacer el recorrido por los jardines de la colonia. Antonio y yo,
estábamos admirando unos de los más hermosos nacimientos cuando de repente me
dijo: ¿Te puedo dar un beso? Le contesté que no, ¿Por qué? Porque no. Por
favor, pídeme lo que quieras, pero déjame darte un beso. No, claro que no. En
verdad… pídeme lo que quieras. Después de un rato le dije: ¿Lo que yo quiera…?
Sí, lo que tú quieras. Bueno. Quiero un foquito de ese árbol. ¿Un foquito? Sí.
Sin pensarlo ni un
segundo se trepó en la barda, corrió hasta el árbol y desenroscó un foco. De
inmediato se apagó una sección de las luces, empezó a ladrar un perro y salió
una muchacha dando gritos. Nuevamente en la banqueta, me tomó de la mano y
corrimos como locos. Nos detuvimos a varias cuadras de distancia. Me entregó el
foquito y me dijo, ¿ya te puedo dar el beso? Vi el foquito en mi mano, aún
estaba caliente. Le respondí que no. Ya te di el foco, ¡por qué no! Porqué este
foco es verde y yo quería uno blanco, ¡el de la estrella!
A finales de enero
terminaron las clases. Nunca hablamos del incidente, llegó el día de su
partida, se despidió y se fue a estudiar al extranjero, jamás lo volví a ver.
Una tarde al regresar del colegio, Julia me dio un paquete. Lo habían entregado
de la mensajería. Retiré la envoltura, era una caja envuelta en papel de
regalo, abrí la caja y vi con sorpresa: un foquito blanco y una estrella.
La superficie oculta en la tercera dimensión
Habíamos colocado las
armas en la cajuela del coche y a punto de partir para el campo de tiro, llego
corriendo el amigo de Alex. Era un compañero de la preparatoria que mi hermano
había invitado a nuestras frecuentes salidas de cacería. Nada más alejado de la
realidad, porque de regreso del campo, papá solía comprar a la orilla de la
carretera un par de conejos y algunas codornices para el menú que Julia
prepararía al día siguiente. Mi mamá era enemiga de las armas, le traían
dolorosos recuerdos de la guerra, en cambio mi papá era un apasionado
coleccionista de ellas y ya para esas fechas, tenía en su haber una buena
colección de rifles y pistolas, al menos entonces así me lo parecía a mí.
Ese día estrenábamos
una escopeta Winchester y era la primera vez que haríamos prácticas de tiro al
plato. Después de darnos indicaciones claras y precisas del uso y manejo del
rifle, mi papá fue el primero en dispararle a los discos. Nada mal para ser un
aficionado, pero a fin de cuentas un aficionado de corazón. ¿Crees poder
disparar? Le preguntó mi papá al invitado que de inmediato le contestó: Claro
que sí señor. Rodol nunca había tenido un arma entre sus manos, no obstante él
mismo introdujo los clásicos cartuchos rojos con dorado en el cilindro del arma
y cuando el rifle ya estuvo cargado, y él preparado en la posición adecuada,
esperó la trayectoria del plato, serenamente, sin apuro, apuntó al cielo
sosteniendo con firmeza el arma. ¡Suerte de principiante! dijo mi hermano quién
en su momento, superó en puntería a su amigo.
En mi turno, no lo
hice nada mal. Ese día también realicé un par de disparos al blanco a 500 metros con un rifle,
pero dado el peso del fusil, tenía que apoyar el cañón sobre el pedestal, ya
que para mí frágil cuerpo de escasos catorce años, el arma me resultaba
desproporcionada. Era una hermosa Springfield .30-06 de puntiagudos cartuchos
dorados a la que mi papá le había adaptado una mira telescópica. En cambio el
rifle 22 me resultaba más cómodo, conocía muy bien el enfoque de la mira y
puedo decir con honestidad, que tenía muy buena puntería.
Cuando llegamos a
casa le entregué a Julia los conejos y los pichones, como siempre los revisó
minuciosamente, ¿algún día me tocará limpiar un animal con agujero de bala? Me
sonrió con cierta complicidad y yo le guiñé el ojo, tal vez, le dije, no hay
que perder las esperanzas. Mi papá, mi hermano y su amigo, habían iniciado el
tedioso ritual de desarmar, limpiar y aceitar las armas, como en esa ocasión me
suplía en dicha labor Rodol, yo me encerré en mi habitación para iniciar un
asunto que me había estado rondando en la mente desde hacía un par de días.
Con anticipación
había tomado de la alacena un jabón blanco, de los que se usaban en casa para
hervir la ropa, era muy suave de cortar y por sus medidas, me permitió hacer un
cubo perfecto de 5x5 centímetros que pinté de rojo (figura 21A). Tomé el cubo y
lo corté longitudinalmente, justo en el centro. Sin separar las dos piezas,
giré el cubo y lo volví a cortar justo por el centro. Uní las cuatro piezas con
un cordel, giré nuevamente el cubo y finalmente realicé un tercer corte,
también justo en el centro (figura 21B).
Ahora tenía en total
ocho pequeños cubos (figura 21C). A continuación volví a construir el cubo
original pero cuidando que la superficie de color rojo quedara oculta en el
interior del cubo. Efectivamente, tal
como lo había imaginado durante varias noches, ahora tenía un cubo totalmente
blanco (figura 21D)
Figura 21 (A,B,C y D). Cortes
tridimensionales de un cubo
Este sencillo
descubrimiento me permitió entender en primer lugar y de forma bastante
objetiva, el sistema de coordenadas cartesianas que estaba estudiando en el
colegio en la materia de matemáticas. Lo veía perfectamente reflejado en la
cara frontal de la figura 20B, que mostraba los dos ejes perpendiculares
cortados en el centro del cuadro. Y para mi sorpresa, me había topado con otro
gran descubrimiento, sin sospecharlo siquiera, estaba frente a un sistema
espacial de coordenadas cartesianas, cuando efectué el tercer corte
longitudinal en el eje “Y” imaginario de mi bloque de jabón.
El hallazgo me llenó
de tal regocijo que durante varios días no pude ocultar dicha emoción, hasta
que una semana después, cuando se lo había enseñado a Julia ya varias veces,
finalmente me preguntó: -¿Y eso para qué sirve? -Me quedé muda. Pensé en mi
interior que no tenía que servir para nada, simplemente era algo muy hermoso.
-Pues… no lo sé, -le contesté casi en voz baja. ¿Crees que deba servir para
algo? -Yo creo que sí… -Tienes razón, ya pensaré en algo.
Algunas semanas
después preparé otro jabón que previamente había pintado de rojo, sólo que en
esta ocasión tenía pensado realizar dos cortes en cada eje longitudinal X, Y y
Z. Ambos cortes serían equidistantes de manera que habría la misma distancia
entre ellos y los vértices del cubo. (figura 22B)
Figura 22. Dos cortes
tridimensionales en un cubo
Después de realizar
el primer corte, tuve la precaución de colorear las caras blancas de color
azul. Cuando hubo secado la pintura, volví a armar el cubo como estaba
originalmente en la figura 21A. había llegado el momento de realizar el segundo
corte tridimensional en los ejes X, Y y Z, estos últimos cortes los dejé de
color blanco. Si mis conjeturas eran ciertas, esperaba encontrar además del
cubo rojo, un cubo azul y un cubo blanco. Y ¡Eureka…! Estaba en lo cierto.
Pasaron más de 30
años para que yo pudiera encontrar una utilidad práctica para mi modelo del
cubo de jabón, hasta entonces me fue posible continuar con el trabajo que yo
había iniciado en mis primeros años de adolescente. El proyecto llevaría de
nombre de “Hipercubo” y el subtítulo de “Apuntes sobre los cortes
tridimensionales del cubo y los juegos derivados de su funcional estructura”,
tema que trataré más ampliamente en los capítulos “Microcosmos en el interior
de un cubo”.
(Continuará)
Nota:
El índice de los capítulos de "Hacia la creatividad cuántica" se
encuentra en el cintillo izquierdo del blog.
viernes, 15 de diciembre de 2017
El espacio de las transformaciones
Capítulo
I (continuación)
Del
libro: Hacia la creatividad cuántica
Autora:
Lilia Morales y Mori
En la secundaria con
frecuencia solía releer algunas anotaciones de los apuntes que había hecho los
años anteriores. Esa fue una gran etapa de mi vida de adolescente porque mis
padres tuvieron la feliz idea de ponerme un maestro particular de pintura. Al
mismo tiempo estudiaba piano, pero mi oído musical y mi nula capacidad para
aprender idiomas habían decepcionado por completo a mi madre, que inútilmente
trató de enseñarme el catalán (su lengua materna) y el francés que aprendió en
Francia durante su estancia de cuatro años, en el exilio por la guerra civil
española.
Para mi primer día de
clases de pintura, seleccioné como fondo musical un disco de Frederic Chopin,
saqué el acetato de su empaque, lo limpié con un lienzo de felpa, moví el botón
hacia la marca de 33 revoluciones, coloqué el disco sobre el plato, accioné el
mecanismo de encendido, esperé que cayera lentamente el brazo y escuché con una
franca sonrisa en el rostro, el inconfundible sonido que hacía la aguja al
deslizarse sobre los primeros surcos del disco. Todo este ritual bien
aprendido, me había ganado la confianza de mi padre para poder usar su elegante
radio tocadiscos Telefunken que había comprado en Estados Unidos.
Antonio tenía 20
años, era alto, delgado, serio y muy agradable. Las clases se impartían en el
comedor de mi casa dos veces a la semana, hora y media, bajo los ojos atentos
de Julia que de rato en rato se daba sus vueltas. El maestro encendió un
cigarrillo, aspiró una bocanada de humo que inmediatamente arrojo en dirección
del techo, envolviendo las luces de la lámpara. Pausadamente le dio un sorbo a
su taza de café, después tomó una galletita y me preguntó: ¿Tú no vas a tomar
café?
-No me dan permiso,
podría tomar té, pero no me gusta.
-Bueno… tu mamá me
mostró algunos de tus dibujos, ¿qué esperas de este curso?
-Aprender a pintar
como Paul Klee, Juan Gris, Cézanne, Joan Miró… y como él no decía nada, tan
sólo se me quedaba viendo, yo continué… o tal vez como Wassily Kandinsky o
Vincent van Gogh, o Manet…
-¿Y por qué no como
Rembrandt, o Alberto Durero, o Rafael, o el Greco?
-Porque ellos pintan
principalmente la figura humana con increíbles expresiones en los rostros, o
sorprendentes paisajes, pero yo sólo quiero pintar figuras.
-¿Figuras? Asentí con
la cabeza. -¿Cómo cuáles?
-No sé exactamente,
pero me gustaría pintar figuras que trasmitan una idea. Podría pintar por
ejemplo la figura humana pero con trazos poco definidos, con tan sólo color y
algunas líneas. El maestro apoyó su cabeza sobre su mano izquierda mientras
hacía un ruidito sobre la mesa con los dedos de su mano derecha, como si
estuviera siguiendo el ritmo del Nocturno Op. 9 de Chopin que se escuchaba en
ese momento. Pensé que lo estaba aburriendo hasta el cansancio, así que sin
perder tiempo le mostré un cuaderno donde coleccionaba recortes de pinturas que
había encontrado en algunas revistas. Me gustaría pintar así, le dije y le
mostré algunas de ellas. Ver figura 17.
Figura 17 (A, B, C) Pinturas
de Juan Gris, Paul Klee, Joan Miró
Tomó el cuaderno y
vio fijamente las reproducciones que había pegado en una hoja de papel. Hizo un
gesto que me pareció de aprobación y agregó señalando cada una: Así que te
gustaría pintar como Juan Gris (A), Paul Klee (B) y Joan Miró (C). Le dije que
sí, experimente una enorme alegría en mi interior, porque al fin, había
encontrado a una persona que hablaba mí mismo “idioma”. -En realidad- declaró
con cierta parsimonia -no se aprende a pintar como nadie, se aprende una
técnica, y lo que diferencia a cada pintor es su estilo, su particular y
auténtica expresión pictórica. Yo sólo te puedo enseñar la técnica, tú tendrás
que hacer el resto.
Ese día realicé
varios ejercicios a lápiz, sanguina y carbón sin un objetivo en particular, sólo
ejercitaba tonalidades de claro-oscuro a través del degradado, en diferentes
texturas de papeles utilizando el difumino. En las siguientes clases inicié
dibujos al natural de algunas composiciones que mi maestro disponía con adornos
y objetos que encontraba en la casa. Un día tomó de la cocina unos pimientos
rojos, verdes y amarillos que Julia tenía sobre la mesada mientras guardaba el
mandado. Sobre un mantel de lino bordado a mano, en el que realizó unos
pliegues acomodó los pimientos, una jarra de vidrio y un par de vasos que mi
mamá solo usaba en contadas y muy especiales ocasiones.
Él me veía trabajar
mientras se comía una manzana que pensé erróneamente formaría también parte de
la composición. Lograr la luz en la transparencia del cristal era todo un reto
para mí, pero la técnica tiene sus secretos y mi maestro no escatimó en darme a
conocer muchos de ellos. Después de tres meses había iniciado la técnica del
pastel y mis pinturas comenzaban a tener una calidad aceptable que Antonio
siempre me celebraba. Un día me dijo, -el mes próximo aprenderás a pintar con
óleo, pero antes quiero dejarte de tarea un ejercicio “de tema libre”. -¿Libre?
-Sí, agregó de inmediato. -Tendrás que hacer un dibujo tuyo, completamente
personal, donde expongas lo que deseas expresar a través de la pintura. Puedes
usar el tipo de papel que desees, el formato que te parezca más cómodo y
cualquiera de las técnicas que has aprendido hasta ahora. Nos despedimos y no
lo vi durante dos semanas que duró su viaje a Estados Unidos.
Dos días después me
encontraba en una cómoda posición, sentada en la cama, cuando me llegó la idea
que estaba esperando para iniciar mi dibujo (figura 18). Tomé una hoja de papel
Rembrandt, el más grueso que encontré. Dibujé un pequeño cuadro de 5x5 cm. (figura
18A) después, tracé dos líneas en los puntos medios del cuadro (figura 18B) de
modo que obtuve cuatro cuadros iguales. A continuación, en cada uno de los
cuadros dibujé una serie de líneas, tal como se muestra en la (figura 18C).
Repetí quince veces más la figura 18C en la misma hoja, y cuando ya tuve listos
los dieciséis cuadros empecé a colorear cada uno de ellos como se muestra en la
figura 18D.
Figura 18. Desarrollo de un
boceto para un diseño modular
Utilicé una técnica
mixta de pastel y carboncillo en una sutil mezcla de colores y abundantes tonos
degradados, resalté con color negro una sección del cuadro que usé como fondo.
Al terminar de colorear los dieciséis cuadros les pasé dos veces el fijador y
cuando estuvieron secos, con un cúter, corté con especial cuidado cada segmento
justo en el borde. A partir de ese instante, inicié lo que para mí, resultaba
la auténtica parte creativa de mi obra.
Tomé cada uno de los
16 fragmentos y los acomodé formando un cuadro de 4x4, después de varios
intentos seleccioné un arreglo que presentí era justo el que estaba buscando.
Corté una cartulina con las medidas de 26x26 cm. Le rocié spray de contacto y
pegué los dieciséis cuadros de mi dibujo dejando un margen de 3 cm. de lado.
Rectifiqué muy bien las uniones y las repasé con color de manera que no se
vieran las juntas, finalmente le volví a poner otra capa de fijador. Quedó
impecable, parecía una pintura enmarcada. La guardé hasta el día que volví a
ver a mi maestro.
Traía puesta una
camisa verde nilo con una corbata del mismo color, venía de una reunión formal
y se había pasado directamente a nuestra clase. Ese día me pareció muy apuesto.
Lo primero que me dijo fue: ¡Muéstrame tu composición! Le entregué la carpeta
donde había guardado el trabajo, la abrió y sacó la cartulina. Ante mi sorpresa
se puso muy serio, colocó el dibujo sobre la mesa, apoyó la cabeza sobre su
mano izquierda y con la mano derecha empezó a tamborilear las notas del “Sueño
de amor” de Franz Liszt que en ese momento escuchábamos. Pensé, que esos
minutos ya los había vivido antes. Volteó a verme sin dejar de tamborilear con
los dedos. Después se volvió a concentrar en el dibujo de la figura 19.
Figura 19. Composición
modular. Repetición de 16 fragmentos.
-¡Muy interesante!
-Dijo al fin -Esperaba algo que me sorprendiera, pero sinceramente no esto. Es
un dibujo muy elaborado, de simetría perfecta, equilibrio en los colores,
impecable técnica, agradable degradado de las tonalidades... y por supuesto…
reinan las figuras. Yo intervine en ese momento y dije muy entusiasmada, -hay
círculos y cuadrados, además están sugeridos los octágonos y los triángulos y
una relación numérica donde predomina el número cuatro. Sin dejarme hablar más,
agregó: creo que ya estás lista para iniciar la técnica al óleo.
Cuando mi papá se
enteró de la buena noticia, me obsequió un hermoso estuche de pintura Winsor
& Newton, además de algunos accesorios para óleo, pinceles extras y un
magnífico caballete. Tal vez mi obsesión por las figuras geométricas fue mayor
que mi anhelo de ser una gran pintora, no obstante, durante muchos años hice
pintura de caballete, todas ellas eran un homenaje a las formas y los números
en arreglos modulares que se recreaban por sí mismas. Un par de semanas más
tarde, tomé la cartulina y volví a cortar cada uno de los dieciséis cuadros.
Experimenté varias composiciones, la mayoría hermosas y sorprendentes, me
conmovía yo misma de los atributos ocultos que se encontraban detrás de ese
diseño.
Emergían sin sospecharlo,
nuevas formas, nuevas imágenes con sus particulares propiedades de carácter y
número, donde el símbolo y la representación estaba implícita, recordándonos su
origen en la sencillez de una modesta idea, de unas cuantas líneas dispuestas
con cierto arreglo espacial. Supuse que la verdadera manifestación creativa del
modelo era siempre la que permanecía oculta en su posibilidad de existir.
Llegué a la conclusión de que así sería el universo, algo que eternamente se
estaría reinventando en una dinámica de continuo cambio, que ajeno a la idea
original de sus partes fragmentadas, daba paso a un Todo misterioso y
desconocido.
Ese momento habría de
marcar para mí, el inicio de una nueva forma de pensar, de concebir las
relaciones espacio-tiempo, de entender la complejidad del pensamiento cuando se
origina a partir de un diseño elemental, casi simbólico. Así nació el módulo 16
de espacios polivariantes (figura 20). Era sólo el preludio de un paradigma que
enfrentaría toda la vida, las “relaciones topológicas de las transformaciones
de los atributos”, como llegué a llamarle aquel día, a los módulos integrados
en un Todo, por cierta cantidad establecida de fragmentos unitarios.
Figura 20. Módulo 16
polivariante, transformación de los atributos de la figura 19
(Continuará)
Nota:
El índice de los capítulos de "Hacia la creatividad cuántica" se
encuentra en el cintillo izquierdo del blog.
domingo, 3 de diciembre de 2017
Los guardianes de la muralla
Interesante
y divertido enigma de la colección "Juegos para armar ideas"
de Lilia
Morales y Mori.
Ver video...
Laberinto Polivariante
Interesante
y divertido enigma de la colección "Juegos para armar ideas"
de Lilia
Morales y Mori.
Ver video...
sábado, 25 de noviembre de 2017
La Flor de Pétalos Infinitos
Fragmento
del capítulo I
Del
libro: Hacia la creatividad cuántica
Autora: Lilia Morales y Mori
Recién había cumplido
13 años cuando mi hermano pequeño dejó su cuna, como le habían comprado una
hermosa recámara, supuse que ya no usaría su antigua camita, así qué con
serrucho en mano, me dispuse a cortar el mueble en pedacitos. La madera
resultante la usaría para hacer un tablero y las piezas de un juego que tenía
en mente, el gusto no me duró mucho tiempo porque mi mamá me descubrió en tan
lamentable acción, bastante molesta me aplicó un fuerte regaño, el castigo en
cambio no me resultó tan terrible, estaría encerrada en mi habitación sin salir
a jugar durante dos semanas. Como los primeros días no se me ocurrió nada,
decidí leer algunos artículos de la revista “Selecciones” que en aquella época
era muy popular, en casa la recibíamos con el correo y yo la coleccionaba. De
una de sus páginas, la fotografía de un ramillete de flores me llamó la
atención, la corola de las inflorescencias parecía crecer hasta el infinito, y
eso me dio una idea. Dibujaría los pétalos de la flor, pero el dibujo estaría
sometido a ciertas reglas. Iniciaría con una inflorescencia muy simple
compuesta por tres pétalos, representados por tres líneas en el centro de una
circunferencia. (figura 14). Cada línea a su vez, crecería de la misma forma
extendiéndose en círculos hasta el infinito.
Figura 14. Desarrollo de una
inflorescencia fractal
Tracé el dibujo en
una cartulina, tuve que comenzarlo varias veces porque al aumentar los
círculos, la cantidad de pétalos o rayas, crecía de forma alarmante y terminaban
apretujándose todas las líneas. De hecho, sólo pude dibujar una flor de siete
círculos con 192 rayas (figura 15), pronto me di cuenta que en el siguiente
círculo debía dibujar 384 rayitas, en ese momento me di por vencida y no por
falta de paciencia, sino porqué necesitaba duplicar o triplicar el tamaño de la
cartulina para qué se pudiera apreciar la interesante figura que se estaba
formando.
Figura 15. Inflorescencia
fractal
Como había observado que
en cada círculo se duplicaba la cantidad de rayitas del círculo anterior
(figura 16), pensé que existiría un método sencillo de saber por ejemplo,
cuantas rayitas contendría el círculo 325.
Figura 16. Relaciones periódicas de una inflorescencia
de 3 pétalos
Me tomó varios días
de mi obligado encierro desarrollar una fórmula, yo no era experta en fórmulas,
ni los soy ahora, pero con cierto entusiasmo, sentido común y un poco de
lógica, llegué al siguiente argumento.
Fórmula:
·
Denominé “R” a la cantidad de
rayas por círculo
·
Denominé “c” al círculo que
contiene a R
La fórmula para
encontrar la cantidad de rayas por círculo quedó así:
R= 3(2) (c-1)
Para saber si estaba
en lo correcto, probé la fórmula con los números del cuadro que ya conocía y en
efecto funcionó. Aplicando la fórmula para saber cuántas rayas puede contener
por ejemplo, el círculo 20, lo primero fue restar:
·
c-1 = 20-1 = 19
·
2 elevado a la potencia 19 =
524288
·
524288 X 3 = 1572864
El número de rayitas
que debería contener el número 20, era monstruoso, nada menos que la cantidad
de: un millón quinientos setenta y dos mil ochocientos sesenta y cuatro.
Efectivamente era una flor de pétalos infinitos. Por supuesto, después de ver
el resultado del cálculo anterior, ni siquiera intenté encontrar la cantidad de
rayitas que puede contener por ejemplo, el círculo 325. Este hermoso universo
creado de la nada, me mantuvo bastante entretenida los días restantes.
Cuando se es
observador, se adquiere la capacidad de descubrir cosas que de lo contrario
podrían pasar desapercibidas. Así que debo volver a la figura 16 para apreciar la
existencia de un patrón regular que se repite cada cuatro eventos. Los números que
se repiten lo hacen en las terminaciones de: 6, 2, 4 y 8 (ver en la figura 16
las líneas de A, B, C, y D). Cuando descubrí esta curiosa relación, me pareció
más bella la figura de la flor de pétalos infinitos, y más aún cuando me percaté
que la suma de los números que acompañan la terminación de 6, siempre suman 9 o
0 (por ejemplo: 1536, sumamos los números previos al 6 = 1+5+3 = 9 si
eliminamos el 9, nos queda 0). Los números que acompañan a la terminación 2
siempre suman 1 (por ejemplo: 3072, 3+7 = 10 y 1+0 = 1). Los números que
acompañan a la terminación 4 siempre suman 2 (por ejemplo: 6144, 6+1+4 = 11 y
1+1 = 2). Los números que acompañan a la terminación 8 siempre suman 4 (por
ejemplo 12288, 1+2+2+8 = 13 y 1+3 = 4).
Hasta aquí mi asombro
era indescriptible, aunque aún me faltaba una última observación. Al ver
detenidamente los primeros cuatro números de la serie, sin contar el 3, vi que
el 6, 12, 24 y 48 indicaban en su inicio, la suma que contendrían siempre los
números anteriores a dicha terminación, que sería siempre: 0, 1, 2 o 4. De ser
esto cierto, el número 1572864 que había encontrado para el número de rayas del
círculo 20, por ser de terminación 4, sus números previos debían de sumar 2.
Veamos: 1+5+7+2+8+6 = 2 ¡Esto me pareció sorprendente!
Con el tiempo
llegaría a descubrir otros patrones numéricos que recrean universos
maravillosos a través de los fractales. Para traducir la naturaleza de los
seres vivos y del universo, es necesario encontrar el código oculto de sus
números. Somos habitantes de un espacio numérico intangible, donde deambulan
las formas atrapadas en modelos dinámicos, ellas son producto inherente de
sucesos que se repiten con una periodicidad asombrosa, dotada casi siempre de
extraordinaria complejidad y belleza.
(Continuará)
Nota: El
índice de los capítulos de "Hacia la creatividad cuántica" se
encuentra en el cintillo izquierdo del blog.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)
Erebo. El virus mortal.
En el año 2045, el mundo era un lugar desolado. Las ciudades, que una vez brillaron con el bullicio de la vida humana, ahora eran ecos de ...

-
Capítulo I Del libro Hacia la creatividad cuántica Autora: Lilia Morales y Mori Los días lluviosos de finales del verano y ...
-
Fragmento del capítulo I Del libro: Hacia la creatividad cuántica Autora: Lilia Morales y Mori Durante mis desordenadas l...
-
Capítulo I Del libro Hacia la creatividad cuántica Autora: Lilia Morales y Mori Verano de 1958 Cuando éramos pequeños, mis pad...